Wade Davis propone uso benéfico de la coca para desafiar la presión estadounidense
El antropólogo y etnobotánico revisa el potencial de la hoja como alimento, medicina, estimulante y sacramento, y llama a un movimiento latinoamericano en ese sentido. Última entrega.
Wade Davis * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
Sin duda ha llegado la hora de buscar otra salida. En vez de ceder a la presión estadounidense y aumentar el uso aéreo de herbicidas, no es absurdo preguntarse por qué la biodiversidad de Colombia, su mayor patrimonio, por no mencionar la salud y el bienestar de sus niños, deba ser puesto en riesgo para satisfacer las políticas erradas de un país extranjero. (Lea aquí el balance de Davis sobre la fracasada guerra contra las drogas. Al final puede leer el resto de ensayos).
Habiendo soportado las consecuencias del tráfico ilícito durante tantos años, quizá sea el momento de que Colombia reclame el legado que le usurparon, celebrando la coca por lo que realmente es, lo que los incas sabían que era. Comercializada a modo de té, o tal vez como chicle, para aquellos que no les atraen las hojas secas o pulverizadas, la planta sagrada podría ser el mayor regalo de Colombia para el mundo, e incluso llegar a superar el éxito comercial del café, por la simple razón de ser un mejor producto.
¿Quién no querría experimentar un aumento de energía y claridad mental, una leve supresión del hambre, una sensación sutil de confianza creativa, una ligereza en el andar que perdure a lo largo del día, sabiendo que la fuente de aquella tenue mejora del ánimo es una hoja benigna y altamente nutritiva que ha sido reverenciada por los pueblos y las civilizaciones antiguas de Suramérica desde hace 5.000 años? En una economía digital en la que para muchos el trabajo implica pasar largas horas mirando una pantalla, ¿qué podría ser más bienvenido o prometedor que un producto natural que facilita la atención y la concentración, además de inducir una sensación sutil de satisfacción y bienestar?
La verdad sea dicha, la coca es el acompañante ideal para cualquier actividad creativa, ya sea escribir código o poesía, componer música o simplemente disfrutar del silencio de las estrellas. Quienes prueban la coca quedan sorprendidos por su efecto sutil pero placentero y por su uso práctico. La coca funciona, y les funciona a todos, de maneras idiosincráticas. En mi caso, un escritor felizmente maldecido con un itinerario de viajes frenético, la coca me permite sentarme en un avión tras un día ajetreado y retomar la tarea en cuestión justo donde había interrumpido el texto, viendo las palabras fluir desde mis dedos, indiferente a todas las distracciones.
Actualmente, la coca está catalogada bajo la Clasificación II de la Ley de Sustancias Controladas de los Estados Unidos, una categoría reservada para drogas con usos terapéuticos conocidos pero con un alto potencial de abuso. Técnicamente, los médicos pueden recetar coca, como Andrew Weil ha escrito, pero en la práctica no pueden hacerlo, pues no existe ningún proveedor legal y las indicaciones terapéuticas todavía no han sido determinadas formalmente.
La marihuana, por el contrario, junto con el éxtasis, la mescalina y el LSD, hace mucho se encuentran bajo la Clasificación I, la cual incluye drogas con un serio potencial de abuso, pero sin usos médicos conocidos; las drogas de esta categoría se consideran las más peligrosas y las mayores amenazas para la sociedad.
Y, sin embargo, hoy, incluso cuando Canadá y otros cuarenta países han legalizado el uso del cannabis, y los alucinógenos están siendo proclamados como los instrumentos terapéuticos del renacimiento psicodélico que transformará el tratamiento de la salud mental, la coca, pese a su larga historia como planta curativa, permanece excluida, solamente por su asociación con el tráfico de cocaína.
Esto tiene que cambiar. Hace unas semanas, llamé a Andy Weil. No habíamos estado en contacto hace un tiempo, y, sin embargo, sentí que nunca nos habíamos separado. Nuestros pensamientos se volcaron, como solían hacerlo a lo largo de los años, hacia los recuerdos de nuestro difunto amigo Tim Plowman, quien falleció en 1998.
Tim consagró su vida profesional al estudio de la coca y se convirtió en su mayor defensor; todo para que su investigación, el resultado de años de exploración botánica en los confines más remotos del continente, fuera rechazada y traicionada por el mismo gobierno que patrocinó su trabajo. Andy y yo decidimos retomar la causa de esta planta sagrada, aunque solo fuera para desenmascarar la insensatez de aquellos que han evitado que los sueños de Tim se cumplan, a la vez que promueven políticas que no han traído más que violencia, corrupción y dolor al mundo.
Nuestra misión es estimular una investigación que documente los beneficios médicos y terapéuticos de la coca, con el objetivo de poner a disposición de todos los pueblos una planta que les promete mejorar su bienestar y alivianar sus desafíos cotidianos. Un abanico amplio de productos basados en la coca deleitará al público; también servirá de apoyo a las 120.000 familias que cultivan la planta para ganarse la vida, permitiéndoles cortar sus lazos con los carteles.
La liberación de las hojas debilitará el tráfico ilegal y reducirá la deforestación, permitiendo que tierras que hace mucho fueron despejadas y abandonadas sean cultivadas de nuevo. Los impuestos le darán a Colombia —una nación que por 50 años ha desangrado su erario financiando una guerra que solo ha sido posible gracias a la rentabilidad retorcida de la prohibición— los ingresos para poder pagar el precio de la paz.
No estamos solos en este cometido. La gente de Colombia, Perú y Bolivia está del lado de la planta, cansada de que se les niegue su patrimonio y que su obsequio para el mundo sea calumniado y rechazado. Por todos los Andes hay un sinnúmero de nuevos emprendimientos enfocados en el potencial de la hoja como alimento, medicina, estimulante y sacramento.
Una nueva generación de líderes latinoamericanos ha encontrado el coraje para desafiar la presión estadounidense, llevando a sus naciones por nuevos caminos que lograrán acabar con políticas públicas que solo han beneficiado a criminales, especuladores e instituciones estatales con intereses propios en mantener la guerra contra las drogas indefinidamente.
En sus primeras semanas como presidente de Colombia, Gustavo Petro suspendió la erradicación forzosa de la coca. Ha apoyado públicamente leyes para regular y despenalizar el comercio de cocaína. El presidente ha asumido esta postura no porque apruebe el uso de la droga, sino porque sabe que destruir el mercado ilícito, y las ganancias que lo sustentan, es una condición necesaria para asegurar la paz, estabilidad y prosperidad duraderas que tanto anhelan los colombianos.
Si el presidente Petro lo logra, socavando el mercado negro con el gesto purificador de la legalización, no solo le traerá el regalo de la coca al mundo; inspirará a sus seguidores y les dará una pausa a sus detractores, aquellos que ven su incipiente presidencia desde las orillas lejanas del desconcierto y la incertidumbre.
Qué mejor manera de anunciar un nuevo comienzo para toda Colombia, una nación dividida, pero un pueblo siempre unido en fe, esperanza y perseverancia. El fin, por fin, de la guerra contra las drogas; el rescate de un legado robado; el reverdecer de una planta divina, por años profanada, adorada como lo hacían los incas y todas las civilizaciones ancestrales de los Andes, como un regalo de los dioses: la coca, hoja sagrada de la inmortalidad.
* Traducción del inglés de Diego Uribe.
Lea las otras entregas de los ensayos de Wade Davis sobre la coca:
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-coca-la-hoja-de-los-dioses/
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-la-historia-de-la-coca-es-la-historia-de-los-andes/
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-las-diferencias-entre-coca-y-cocaina/
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-la-fracasada-guerra-contra-las-drogas/
Sin duda ha llegado la hora de buscar otra salida. En vez de ceder a la presión estadounidense y aumentar el uso aéreo de herbicidas, no es absurdo preguntarse por qué la biodiversidad de Colombia, su mayor patrimonio, por no mencionar la salud y el bienestar de sus niños, deba ser puesto en riesgo para satisfacer las políticas erradas de un país extranjero. (Lea aquí el balance de Davis sobre la fracasada guerra contra las drogas. Al final puede leer el resto de ensayos).
Habiendo soportado las consecuencias del tráfico ilícito durante tantos años, quizá sea el momento de que Colombia reclame el legado que le usurparon, celebrando la coca por lo que realmente es, lo que los incas sabían que era. Comercializada a modo de té, o tal vez como chicle, para aquellos que no les atraen las hojas secas o pulverizadas, la planta sagrada podría ser el mayor regalo de Colombia para el mundo, e incluso llegar a superar el éxito comercial del café, por la simple razón de ser un mejor producto.
¿Quién no querría experimentar un aumento de energía y claridad mental, una leve supresión del hambre, una sensación sutil de confianza creativa, una ligereza en el andar que perdure a lo largo del día, sabiendo que la fuente de aquella tenue mejora del ánimo es una hoja benigna y altamente nutritiva que ha sido reverenciada por los pueblos y las civilizaciones antiguas de Suramérica desde hace 5.000 años? En una economía digital en la que para muchos el trabajo implica pasar largas horas mirando una pantalla, ¿qué podría ser más bienvenido o prometedor que un producto natural que facilita la atención y la concentración, además de inducir una sensación sutil de satisfacción y bienestar?
La verdad sea dicha, la coca es el acompañante ideal para cualquier actividad creativa, ya sea escribir código o poesía, componer música o simplemente disfrutar del silencio de las estrellas. Quienes prueban la coca quedan sorprendidos por su efecto sutil pero placentero y por su uso práctico. La coca funciona, y les funciona a todos, de maneras idiosincráticas. En mi caso, un escritor felizmente maldecido con un itinerario de viajes frenético, la coca me permite sentarme en un avión tras un día ajetreado y retomar la tarea en cuestión justo donde había interrumpido el texto, viendo las palabras fluir desde mis dedos, indiferente a todas las distracciones.
Actualmente, la coca está catalogada bajo la Clasificación II de la Ley de Sustancias Controladas de los Estados Unidos, una categoría reservada para drogas con usos terapéuticos conocidos pero con un alto potencial de abuso. Técnicamente, los médicos pueden recetar coca, como Andrew Weil ha escrito, pero en la práctica no pueden hacerlo, pues no existe ningún proveedor legal y las indicaciones terapéuticas todavía no han sido determinadas formalmente.
La marihuana, por el contrario, junto con el éxtasis, la mescalina y el LSD, hace mucho se encuentran bajo la Clasificación I, la cual incluye drogas con un serio potencial de abuso, pero sin usos médicos conocidos; las drogas de esta categoría se consideran las más peligrosas y las mayores amenazas para la sociedad.
Y, sin embargo, hoy, incluso cuando Canadá y otros cuarenta países han legalizado el uso del cannabis, y los alucinógenos están siendo proclamados como los instrumentos terapéuticos del renacimiento psicodélico que transformará el tratamiento de la salud mental, la coca, pese a su larga historia como planta curativa, permanece excluida, solamente por su asociación con el tráfico de cocaína.
Esto tiene que cambiar. Hace unas semanas, llamé a Andy Weil. No habíamos estado en contacto hace un tiempo, y, sin embargo, sentí que nunca nos habíamos separado. Nuestros pensamientos se volcaron, como solían hacerlo a lo largo de los años, hacia los recuerdos de nuestro difunto amigo Tim Plowman, quien falleció en 1998.
Tim consagró su vida profesional al estudio de la coca y se convirtió en su mayor defensor; todo para que su investigación, el resultado de años de exploración botánica en los confines más remotos del continente, fuera rechazada y traicionada por el mismo gobierno que patrocinó su trabajo. Andy y yo decidimos retomar la causa de esta planta sagrada, aunque solo fuera para desenmascarar la insensatez de aquellos que han evitado que los sueños de Tim se cumplan, a la vez que promueven políticas que no han traído más que violencia, corrupción y dolor al mundo.
Nuestra misión es estimular una investigación que documente los beneficios médicos y terapéuticos de la coca, con el objetivo de poner a disposición de todos los pueblos una planta que les promete mejorar su bienestar y alivianar sus desafíos cotidianos. Un abanico amplio de productos basados en la coca deleitará al público; también servirá de apoyo a las 120.000 familias que cultivan la planta para ganarse la vida, permitiéndoles cortar sus lazos con los carteles.
La liberación de las hojas debilitará el tráfico ilegal y reducirá la deforestación, permitiendo que tierras que hace mucho fueron despejadas y abandonadas sean cultivadas de nuevo. Los impuestos le darán a Colombia —una nación que por 50 años ha desangrado su erario financiando una guerra que solo ha sido posible gracias a la rentabilidad retorcida de la prohibición— los ingresos para poder pagar el precio de la paz.
No estamos solos en este cometido. La gente de Colombia, Perú y Bolivia está del lado de la planta, cansada de que se les niegue su patrimonio y que su obsequio para el mundo sea calumniado y rechazado. Por todos los Andes hay un sinnúmero de nuevos emprendimientos enfocados en el potencial de la hoja como alimento, medicina, estimulante y sacramento.
Una nueva generación de líderes latinoamericanos ha encontrado el coraje para desafiar la presión estadounidense, llevando a sus naciones por nuevos caminos que lograrán acabar con políticas públicas que solo han beneficiado a criminales, especuladores e instituciones estatales con intereses propios en mantener la guerra contra las drogas indefinidamente.
En sus primeras semanas como presidente de Colombia, Gustavo Petro suspendió la erradicación forzosa de la coca. Ha apoyado públicamente leyes para regular y despenalizar el comercio de cocaína. El presidente ha asumido esta postura no porque apruebe el uso de la droga, sino porque sabe que destruir el mercado ilícito, y las ganancias que lo sustentan, es una condición necesaria para asegurar la paz, estabilidad y prosperidad duraderas que tanto anhelan los colombianos.
Si el presidente Petro lo logra, socavando el mercado negro con el gesto purificador de la legalización, no solo le traerá el regalo de la coca al mundo; inspirará a sus seguidores y les dará una pausa a sus detractores, aquellos que ven su incipiente presidencia desde las orillas lejanas del desconcierto y la incertidumbre.
Qué mejor manera de anunciar un nuevo comienzo para toda Colombia, una nación dividida, pero un pueblo siempre unido en fe, esperanza y perseverancia. El fin, por fin, de la guerra contra las drogas; el rescate de un legado robado; el reverdecer de una planta divina, por años profanada, adorada como lo hacían los incas y todas las civilizaciones ancestrales de los Andes, como un regalo de los dioses: la coca, hoja sagrada de la inmortalidad.
* Traducción del inglés de Diego Uribe.
Lea las otras entregas de los ensayos de Wade Davis sobre la coca:
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-coca-la-hoja-de-los-dioses/
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-la-historia-de-la-coca-es-la-historia-de-los-andes/
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-las-diferencias-entre-coca-y-cocaina/
https://www.elespectador.com/colombia/wade-davis-la-fracasada-guerra-contra-las-drogas/