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Aunque nació en Estados Unidos, el mayor sueño de Melissa Ortiz era representar a la selección de Colombia. Una meta por la que comenzó a trabajar desde los cuatro años, cuando empezó a practicar fútbol. En sus primeros años jugó en los equipos de los colegios de la Florida y, en 2009, en uno de los partidos su talento llamó la atención de Pedro Rodríguez, exseleccionador del cuadro nacional, quien la convenció de viajar a Colombia para probarse en la selección Sub 20. (Lea: El “basta ya” de las futbolistas colombianas)
Tras dos semanas de entrenamiento, Ricardo Rozo la incluyó en la lista oficial de convocadas para disputar el Mundial de Alemania Sub 20. Su debut era ante Alemania que, además de ser el anfitrión, era el equipo favorito para llevarse el título. Al entrar al camerino y ver en la camisa de la selección plasmado su nombre y el número que había escogido (20), las lágrimas aparecieron. Sabía que había cumplido el sueño de ella y de su familia.
Ese 16 de julio de 2010 fue perfecto para Melissa, quien entró en el minuto 59 del segundo tiempo y, al 81, consiguió marcar su primer gol con la camisa de Colombia. Se lo dedicó a su familia, que había ido hasta el estadio Vonovia Ruhrstadion a verla. Su desempeño la llevó a seguir avanzando en los diferentes ciclos de la selección, sin embargo, como ella lo describe, poco a poco se fue dando cuenta que portar ese uniforme representaba un mayor sacrificio, uno que iba más allá de ponerse los guayos y saltar a la cancha a defender el país que amaba.
Esa utopía se fue desvaneciendo y las irregularidades tomaron protagonismo. “En varias ocasiones nos tocó comprar los tiquetes para las concentraciones. Antes del Mundial de Canadá 2015, la Federación pagó mis vuelos en los meses antes del torneo y me pagaron los viáticos. Después el técnico (Felipe Taborda) me decía que me tocaba pagar a mí los tiquetes, porque era muy costoso traerme desde Estados Unidos a una concentración. Le respondí que no podía aportar para un viaje de casi 350 dólares, además, ya no estábamos ganando casi nada de los viáticos”, cuenta a El Espectador Melissa, quien lanzó su sitio web thesoccerblogger.com, en el que publica videos de entrenamientos. (Puede leer: La carta que, por temor a represalias, no firmaron las Superpoderosas)
Ante la negativa de Melissa, en algunas ocasiones, Taborda le preguntaba que si tenía millas y que si las podía invertir para dichas concentraciones. “Yo tengo los recibos de mis tiquetes y pruebas de una compañera que pagó su viaje de Estados Unidos a Bogotá, estando convocada en la lista oficial. En esa época, 2007, pagó más de mil dólares para ir a la concentración”, señala la jugadora, quien reconoce que no entiende si fue culpa de la Federación o del técnico, ya que no había una comunicación directa con la entidad. Melissa tampoco imaginó tener que comprar sus rollos de esparadrapo para poder vendarse los tobillos antes de entrenar y menos pagar por la recuperación de la lesión que sufrió cinco días antes del Mundial de Canadá 2015, un tema del que ya no quiere hablar.
Las represalias y el miedo por no volver a ser convocadas a la selección de Colombia, como le pasó a su compañera Daniela Montoya en 2016, llevaron a las jugadoras a guardar silencio. Eran conscientes que el equipo nacional era su vitrina para mostrarse y llegar a la élite del fútbol, un sueño inalcanzable en Colombia ya que aún no estaba la liga profesional. “En el interior del equipo pasaron muchas cosas y hubo varios problemas con Felipe Taborda, queríamos un cambio que iba más allá de un nuevo entrenador. Buscábamos más apoyo y anhelábamos mejorar el fútbol femenino en el país” asegura la jugadora de 29 años.
Con ese propósito, durante los Juegos Olímpicos de Río 2016, las jugadoras decidieron hablar, el primero en escucharlas fue Álvaro González, presidente de la División Aficionada del Fútbol Colombiano (Difutbol), quien les pidió que redactaran una carta y se le entregaran a él personalmente. En el documento, firmado por la mayoría de las futbolistas, pedían más partidos amistosos internacionales, una preparación adecuada para los torneos, un seguro médico, centro de rehabilitación, terapias, medios de recuperación y construir una relación con los directivos de la Federación. Las exigencias de las jugadoras se resumen en las condiciones básicas que necesita un deportista de alto nivel.
“En ese momento le dimos a Álvaro González la carta en la mano. Nos dijo que bueno, que iba a hablar con la Federación, pero evidentemente nada pasó. No es cierto que nunca hayamos expresado nuestra inconformidad, lo hicimos en varias ocasiones, incluso, en 2014 nos escuchó Luis Bedoya, pero parecía que no le importaba el fútbol femenino”, añade Melissa, que por medio de sus redes sociales hizo un llamado asegurando que seguirá luchando por los sueños que tuvo hace 15 años, para que las próximas generaciones tengan las oportunidades y el apoyo suficiente para competir al máximo nivel. (Le puede interesar: Tatiana Ariza: "Vi a jugadoras pagar sus tiquetes, hoteles, y otros gastos en concentraciones paralelas")
Hoy, nueve años después de su debut soñado, dice que no tiene miedo a hablar y denunciar las irregularidades. “Lo que vivimos prueba todo lo que hemos avanzado adentro de la selección de Colombia femenina y no queremos que esto le pase a nadie más. No es lógico tener ese miedo por luchar por lo que es correcto”.