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El espejo retrovisor de Jorge Carrascal, lejos de ser algo de lo que habría que jactarse o avergonzarse, es más bien la apología del triunfo sobre el sistema. Y frente a sí mismo: las tentaciones, unos tentáculos que lo han perseguido desde niño. Drogas, peleas, barras bravas, cuchillos: el coctel que adornó sus tardes de fútbol en las fauces del barrio popular Escallón Villa. La historia de Jorge Carrascal es la de un niño hecho en las calles de Cartagena, esas que no conocen los turistas.
“Estábamos jugando un torneo importante en Bello y perdíamos 3-0 contra Formar Antioquia. Yo, molesto, les hablé a los muchachos. Y más atrás apareció Jorge, bien pelado a sus 11 años, y me dijo con su vocecita: ‘Ajá, lo que pasa es que vamos perdiendo feo. Yo le voy a decir la plena: yo quiero unos Nike que vi por ahí en el hueco, usted me los regala y le gano su partido’. Terminamos ganando 4-3. Jorge hizo los cuatro goles”, rememora uno de sus primeros entrenadores y formadores en las escuelas Academia de Crespo y Copebomba. “Él sabe bien quién soy yo, no quiero un minuto de fama”, agrega.
El técnico de Formar Antioquia, hipnotizado por lo que había visto, quiso que Jorge se quedara en Medellín con la promesa de hacerle un enlace con algún club importante de la capital antioqueña, pero él debía devolverse antes a Cartagena con sus compañeros a dejar todo listo. El susto gobernó a todos cuando Jorge no llegó al bus que los llevaría de regreso a casa.
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“Nos tocó mandar a los pelados solos e irnos con policía a buscar a Carrascal. Apareció jugando Playstation por allá en la comuna. Y él me dice: ‘No, profe, como ustedes dijeron que me iba a quedar, pues me puse a jugar’. Ese día sí tuvimos miedo”, añade su entrenador.
La historia de Jorge en Medellín duró más bien poco: hubo incumplimientos por parte del club, pero también problemas con unas pandillas. “Como el pelado era tan bueno, un día un muchacho lo llevó de refuerzo a un partido de barrio en el que apostaron mucho dinero. Jorge, con la forma que él juega, hizo fiesta con los rivales y ganaron. El tema es que después lo estaban buscando para hacerle el daño”, comenta uno de sus conocidos del barrio.
Regresó a Cartagena, pero la turbulencia de la adolescencia le empezó a mandar invitaciones, tentaciones. Y así conoció el mundo de las pandillas, aunque nunca pertenció a ninguna. “Él a los 12 años ya iba de un lado a otro por las calles. Tenía un resentimiento hacia la sociedad, hubo problemas en su casa y presenció peleas callejeras. Era un barrio complicado, en el que había rumba todos los días, y él iba a las fiestas ‘pick up’”, recuerda Avelino Villamizar, uno de sus amigos.
También entró a las barras bravas del Real Cartagena: con greña, gorra e incluso cuchillo en mano se iba colgado detrás de las tractomulas a los lugares donde jugara el equipo mientras el humo de la marihuana empañaba el paisaje de los carros que iban detrás.
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“Recuerdo una entrevista que dio en Argentina en la que decía que no tenía por qué sentir presión antes de jugar. Presión la que tuvo en su barrio. Porque aquí es diferente: el otro equipo se ponía ardido y sacaba cuchillos y tocaba pararse, no te podías cagar. Nadie sabía de dónde salían las navajas, pero aparecían. Aparte, su forma de jugar despertaba rabia de los rivales. Yo en un momento pensé que se iba a perder, pero cuando él jugaba fútbol se olvidaba de todo. Era rebelde, le gustaba pedir el balón, encarar, ahí se acostumbró a que le pegaran patadas y salir adelante. Jorge hoy sigue con la misma humildad del día que se fue. Es un pelado de barrio”, confiesa su entrenador.
Son tres los personajes fundacionales en su carrera como futbolista. El primero es Jorge papá, profesor de educación física en el colegio Comfamiliar, quien de hecho le dio clases y jugó fútbol aficionado. El segundo es su tío Ever, del lado materno, el hombre que le entregó desde lo humano hasta lo divino, quien lo metió a su escuela de fútbol desde los seis años: Heroicos. Y el último es Albeiro Giraldo, uno de los motores del fútbol en Bolívar, a quien problemas del corazón se lo llevaron en 2014: una persona que se encargó de abrir las puertas que un Jorge gobernado por las concupiscencias tendía a cerrar. De hecho, así se dio su llegada a su primer equipo profesional. Cuando entendió que el talento halaba más fuerte.
“Recuerdo que Albeiro le daba hasta el bolso cuando no tenía. Una vez había una selección Bolívar y Jorge nada que aparecía. Fuimos con Albeiro a buscarlo, lo llevamos y el técnico dijo que ya tenía su equipo completo. Albeiro, con el peso que él tenía, dijo que le dieran 15 minutos al pelado. Y en ese cuarto de hora se los sacó a todos e hizo un golazo. ‘Uy, ¡dónde estaba ese chino, cabe, cabe!’”, rememora su entrenador. Así llegó a un Zonal en Barranquilla, donde lo vio Neys Nieto, un cazatalentos de Millonarios. A sus 16 años llegó a las divisiones menores del cuadro embajador, en el cual apenas necesitó unos meses para treparse al primer equipo.
“En Millonarios se escapaba de la casa hogar por las noches a cuidar carros. Quería dinero para su ropa y la novia. También fue una época dura”, apunta Avelino.
En el equipo capitalino debutó en primera división y antes de cumplir la mayoría de edad se confirmó su fichaje al Sevilla de España, a pesar de haber sufrido una lesión importante en los meniscos semanas antes. El tratamiento en Andalucía no fue el mejor, así como unos pequeños percances de indisciplina. Llegó la opción del Karpaty Lviv de Ucrania, cuadro en el que, a pesar del frío, el idioma y la cultura, logró consolidarse disputando 40 partidos como el 10 del equipo.
“Cuando venía a Cartagena de vacaciones y tenía que devolverse no iba tan convencido. Mucha nieve. Se puso a llorar: me dijo que no quería ir. Yo creo que su empresario quería darle una lección: si lo traía a Colombia tenía menos control. Necesitaba abrir los ojos”, añade Avelino.
El ostracismo le aclaró el panorama y confirmó su fichaje con River Plate de Argentina, equipo en el que no basta solo el talento. "Desde su adolescencia hicimos un trabajo específico de acompañamiento integral con él. En los últimos dos años ha tenido una madurez importante y se ha hecho consciente de lo que es enfocarse. Se ha comprometido con su talento, su equipo y su crecimiento personal", señaló Norman Capuozzo, su representante.
La disciplina es una materia obligada para salir adelante. Como lo fueron en su momento Pity Martínez, Milton Casco, Santos Borré y De la Cruz, Carrascal es el gran proyecto de Marcelo Gallardo para 2020. Todo depende de él.
“Jorge siempre estuvo expuesto a perderse. Es un chico que viene de la calle, sin formación académica, de una vida cruda en un escenario adverso. Pandillas, tráfico de drogas, cosas que lo pudieron desviar del camino. Y que en todo lado le dijeran crack son cosas difíciles de asimilar. Me encontré con un Jorge con grandes intenciones, pero sin el conocimiento para tomar las mejores decisiones. El objetivo era que no se perdiera con el dinero, la fama, la vida social. Había que manejar las tentaciones, por eso me enfoqué en fortalecer sus habilidades blandas. No voy a decir que es un ángel que no comete errores, pero sí que ya sabe lo que puede llegar a ser. Yo lo definiría como alguien con una fuerza interior de un león que está aprendiendo a domar”, las palabras de Sergio Díaz, CEO de TMI y entrenador mental de Carrascal y otras figuras del fútbol colombiano como Juan Fernando Quintero, Santos Borré, Nicolás Benedetti y Cucho Hernández.
Los elocuentes tatuajes de su cuello cuentan una historia. Al lado izquierdo, un grabado rojo con la figura de los labios de una mujer; a la derecha, uno que dice “Familia”.
Ese es el camino que ha optado por tomar. Las cosas en su hogar no fueron perfectas, hubo años en los que se perdió del rastro de ellos, pero ahora todo ha cambiado. Le compró una casa a su abuela Margot para que comparta con Romario y Sheyri, sus hermanitos de 14 y 11 años, respectivamente. La otra persona clave en su vida es Olga, su madre.
“Las vacaciones de Jorge cuentan la transformación de su vida. Está enfocado y consciente de lo que es importante. Antes venía a irse de fiesta en fiesta, ahora vino y ni una fiesta. Prefirió irse conmigo y sus hermanos a San Andrés. Está enfocado y sabe lo que quiere”, sentencia Avelino.
Hoy por hoy, con el rótulo de ser la figura de la selección colombiana sub-23, sabe que ha tomado la autopista correcta, en contravía de sus demonios. De su pasado: del humo, la fiesta, las peleas y los placeres temporales. Tiene el reflejo de Juan Pablo Pino, otro dotado oriundo de las calles de Cartagena que se mareó, se dejó llevar y no triunfó en el fútbol. Carrascal ya no se conforma con eso: es un león que está aprendiendo a domar. En medio de su salsa y su "puro Frankie Ruiz" sabe que se juega el partido más importante de su vida: contra sí mismo.
Thomas Blanco Lineros- @thomblalin- tblanco@elespectador.com