La mano dura de Hubert Bodhert, el DT de Once Caldas
Este entrenador de 46 años tiene a Manizales soñando con un Once Caldas en los primeros puestos del fútbol colombiano, recuperando parte de su historia. Su vida es un ejemplo de que la firmeza es la mayor garantía de buenos resultados.
Camilo Amaya
La voz de Hubert Bodhert es como su humanidad: imponente, gruesa y tan certera que cada palabra impacta como una ola. El hoy entrenador del Once Caldas no tiene muy claro el origen de su apellido, pero sí sabe que es alemán y que un día el abuelo de su papá, un aventurero que llegó a finales del siglo XIX a Apartadó (Antioquia), atraído por el rumor del oro, lo comenzó a esparcir, primero por el Urabá y luego por el Chocó. Pero él no nació en ninguna de esas regiones colombianas, a pesar de que su ascendencia se propagó en las selvas, las playas, los ríos, en cuanto lugar fue posible echar raíces. Nació en Cartagena, porque a su padre le dio por ir más allá. (Lea también: Buen comienzo del Once Caldas)
En alemán, Bodhert es un nombre que deriva de las palabras mente y brillante. Y a esa sumatoria, en este caso, también sería prudente añadir temperamental. Y no porque serlo sea algo peyorativo, sino porque en la vida es necesario demostrar dureza, ser implacable y formar una coraza para que las cosas malas reboten. Y Bodhert aprendió eso desde niño, cuando tenía que ponerse al frente de las peleas en el barrio el Socorro, a puño limpio, sin estribos, sin miedo, mucho menos culpa, tampoco pudor. Un lugar hostil, de niños queriendo ser boxeadores y de peleas por montones. “Recuerdo una en la que no alcancé a sacar la mano cuando ya me estaban metiendo una trompada en la garganta. Casi no podía hablar”. (Le puede interesar: Hubert Bodhert, un profeta en su tierra)
El arrepentimiento de la tarde era peor cuando Bernarda Barrios, su madre, le pegaba por haberles pegado a otros. Eso sí, la reincidencia era normal al otro día: “Tocaba defenderse y no me iba a dejar de nadie”. Después vinieron los Boy Scouts, el colegio militar, los partidos de fútbol y, de a poco, el pequeño dispuesto a todo fue más medido con lo que decía, con lo que pensaba, hasta en su manera de actuar. “Me ayudó bastante a saber lo que quería en mi vida, cómo lo quería y qué tenía que hacer para lograrlo”. Los castigos siempre fueron habituales, las represalias también. Por ejemplo: el día que se puso el uniforme y le dijo a su mamá que iba para el colegio y fue a dar en un juego de la selección de Bolívar. Para su mala suerte, ese día en la casa prendieron el radio y su titularidad en la cancha lo delató.
“Llevaban en una mochila todo para jugar y, claro, cuando llegué, me dieron una pela por mentiroso que aún hoy, después de tantos años, recuerdo con claridad”. También le pegaron el día que la mente se le bloqueó y no pudo hacer una tarea que parecía bastante sencilla. “Tenía que redactar una carta a un destinatario falso, pero con todos los elementos técnicos y no pude. No sé qué me pasó y, tenga, me cascaron otra vez”. Puede que tanto golpe haya forjado el carácter, lo haya hecho un futbolista de oficio, entregado, y hoy en día un entrenador disciplinado, constante, fanático del trabajo, de su trabajo.
Bodhert no tolera la negligencia en la cancha, entiende que el método puede fallar, pero no la actitud, no la forma de afrontar el desafío. “Me gusta que metan. Me saca el mal genio que no lo hagan. Me he calmado bastante, es verdad, pero soy muy duro. Siempre tuve espíritu combativo y es lo mínimo que espero de mis equipos: que reflejen lo que soy, lo que espero que sean”. Siete partidos ganados, dos empatados y uno perdido (23 puntos), el balance de su Once Caldas, el resultado de repetir varias veces los videos del contrario en las tardes, de repasar los propios en la noche, de analizar cada jugada, de entender este deporte como un estado de ánimo.
“Uno tiene que sacarle tiempo a la familia, pero es que si te descuidas en un torneo como el colombiano, pierdes. Por ahora, estoy muy contento con mis jugadores, con las personas que me he encontrado en Manizales, con el apoyo de la parte administrativa. Siento que podemos hacer las cosas bien, lograr que el club recupere el prestigio que ha perdido”, concluye el hombre que siempre procura tener un Bon Bon Bum en uno de sus bolsillos cuando está dirigiendo un partido y que, por costumbre, lleva consigo una prenda azul cuando está en el banco. No es una cábala, sólo la creencia de que ese color sale con todo, que transmite buena energía y que lo hace lucir bien. Porque en la sencillez está, casi siempre, la mejor muestra de elegancia.
La voz de Hubert Bodhert es como su humanidad: imponente, gruesa y tan certera que cada palabra impacta como una ola. El hoy entrenador del Once Caldas no tiene muy claro el origen de su apellido, pero sí sabe que es alemán y que un día el abuelo de su papá, un aventurero que llegó a finales del siglo XIX a Apartadó (Antioquia), atraído por el rumor del oro, lo comenzó a esparcir, primero por el Urabá y luego por el Chocó. Pero él no nació en ninguna de esas regiones colombianas, a pesar de que su ascendencia se propagó en las selvas, las playas, los ríos, en cuanto lugar fue posible echar raíces. Nació en Cartagena, porque a su padre le dio por ir más allá. (Lea también: Buen comienzo del Once Caldas)
En alemán, Bodhert es un nombre que deriva de las palabras mente y brillante. Y a esa sumatoria, en este caso, también sería prudente añadir temperamental. Y no porque serlo sea algo peyorativo, sino porque en la vida es necesario demostrar dureza, ser implacable y formar una coraza para que las cosas malas reboten. Y Bodhert aprendió eso desde niño, cuando tenía que ponerse al frente de las peleas en el barrio el Socorro, a puño limpio, sin estribos, sin miedo, mucho menos culpa, tampoco pudor. Un lugar hostil, de niños queriendo ser boxeadores y de peleas por montones. “Recuerdo una en la que no alcancé a sacar la mano cuando ya me estaban metiendo una trompada en la garganta. Casi no podía hablar”. (Le puede interesar: Hubert Bodhert, un profeta en su tierra)
El arrepentimiento de la tarde era peor cuando Bernarda Barrios, su madre, le pegaba por haberles pegado a otros. Eso sí, la reincidencia era normal al otro día: “Tocaba defenderse y no me iba a dejar de nadie”. Después vinieron los Boy Scouts, el colegio militar, los partidos de fútbol y, de a poco, el pequeño dispuesto a todo fue más medido con lo que decía, con lo que pensaba, hasta en su manera de actuar. “Me ayudó bastante a saber lo que quería en mi vida, cómo lo quería y qué tenía que hacer para lograrlo”. Los castigos siempre fueron habituales, las represalias también. Por ejemplo: el día que se puso el uniforme y le dijo a su mamá que iba para el colegio y fue a dar en un juego de la selección de Bolívar. Para su mala suerte, ese día en la casa prendieron el radio y su titularidad en la cancha lo delató.
“Llevaban en una mochila todo para jugar y, claro, cuando llegué, me dieron una pela por mentiroso que aún hoy, después de tantos años, recuerdo con claridad”. También le pegaron el día que la mente se le bloqueó y no pudo hacer una tarea que parecía bastante sencilla. “Tenía que redactar una carta a un destinatario falso, pero con todos los elementos técnicos y no pude. No sé qué me pasó y, tenga, me cascaron otra vez”. Puede que tanto golpe haya forjado el carácter, lo haya hecho un futbolista de oficio, entregado, y hoy en día un entrenador disciplinado, constante, fanático del trabajo, de su trabajo.
Bodhert no tolera la negligencia en la cancha, entiende que el método puede fallar, pero no la actitud, no la forma de afrontar el desafío. “Me gusta que metan. Me saca el mal genio que no lo hagan. Me he calmado bastante, es verdad, pero soy muy duro. Siempre tuve espíritu combativo y es lo mínimo que espero de mis equipos: que reflejen lo que soy, lo que espero que sean”. Siete partidos ganados, dos empatados y uno perdido (23 puntos), el balance de su Once Caldas, el resultado de repetir varias veces los videos del contrario en las tardes, de repasar los propios en la noche, de analizar cada jugada, de entender este deporte como un estado de ánimo.
“Uno tiene que sacarle tiempo a la familia, pero es que si te descuidas en un torneo como el colombiano, pierdes. Por ahora, estoy muy contento con mis jugadores, con las personas que me he encontrado en Manizales, con el apoyo de la parte administrativa. Siento que podemos hacer las cosas bien, lograr que el club recupere el prestigio que ha perdido”, concluye el hombre que siempre procura tener un Bon Bon Bum en uno de sus bolsillos cuando está dirigiendo un partido y que, por costumbre, lleva consigo una prenda azul cuando está en el banco. No es una cábala, sólo la creencia de que ese color sale con todo, que transmite buena energía y que lo hace lucir bien. Porque en la sencillez está, casi siempre, la mejor muestra de elegancia.