Carlos Daniel Serrano, un gigante en el agua

El nadador fue elegido como el mejor deportista paralímpico del año. Una lucha contra el “bullying” y también contra sí mismo.

Carlos Daniel Serrano- Especial para El Espectador
20 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
Nelson Sierra
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Aceptarme al comienzo fue jodido. Acostumbrarte a mirar siempre para arriba, sentirte más vulnerable que el resto. Y si ya era pequeño, las personas me hacían sentir mínimo, invisible.

Acondroplasia, esa es mi condición, mi apelativo; el trastorno que genera el tipo más común de enanismo. Esa es la pesada cruz que me ha tocado cargar. ¿Por qué a mí? La pregunta que me hice siempre. ¿Mi estatura? Un metro y 45 centímetros, pero los años y el ejemplo de mis colegas me han enseñado que un número no nos define. Mi corazón, mis intenciones, las luchas y el servicio a los demás: eso sí me define. El resto son puros estereotipos y cortinas de humo que nos ha vendido la sociedad. (Lea aquí: Eleider Álvarez y Caterine Ibargüen, deportistas del año de El Espectador)

Mi infancia no fue sencilla: un chino pobre de Bucaramanga, con una madre que trabajaba en una zapatería y un padre que se ganaba la vida en una empresa de transportes. Solo los veía temprano en los "buenos días" y a la hora de la comida, nada más. Al final de cuentas, era solo yo.(Vea aquí: todos los galardonados en el Deportista del Año de El Espectador y Movistar)

Solo contra esos “perros” del barrio y del colegio que me la montaban y me hacían la vida imposible. Porque tengo que decirles que antes el bullying no era como el de hoy, que se queda en adjetivos sobrevalorados. Los muchachos me empujaban, me golpeaban, me humillaban. Un día no aguanté más y tuve que confesarle a Jairo, mi papá, mis afugias.

Se le quebró la voz y sus ojos develaban impotencia. Cogió cuatro toallas, se amarró dos en sus manos y me dijo que hiciera lo mismo. Por tres meses me enseñó a pelear, a pelear en serio. (Lea aquí: Sergio Galván y la epopeya de un Rey)

“El que le gane tiene que ser un berraco, mijo”, dijo. Y me empezaron a respetar. Hasta citaron a mis padres al colegio porque había muchas peleas. Esos días ayudaron a forjar mi carácter y mi espíritu de lucha.

Aunque la disciplina, siendo honesto, no era lo mío. Era de los que perdían ocho o nueve materias, era vago. Hasta que un día mis papás descubrieron que tenían con qué amenazarme: llevaba tres meses nadando y estaba feliz. Después de ese momento hasta entré en el cuadro de honor del colegio.

Porque cuando estaba en el agua ya no me sentía más pequeño que nadie. Al contrario, me sentía grande, poderoso. Era más rápido que el resto y cuando cumplí seis meses practicando, me dije: “Yo nací para esto”. (Lea también: Eléider Álvarez: Una historia de nocaut)

Conocí al atleta paralímpico Moisés Fuentes y yo lo veía en su silla de ruedas todo el tiempo riendo, disfrutando de la vida. Vi personas sin piernas, sin brazos. Y dije: “No, no, no, un momento... yo estoy completo. Puedo llegar a ser alguien, le voy a demostrar a la gente, que me dice que no sirvo, que puedo llegar lejos”.

Luis Carlos Calderón fue la primera persona que creyó en mí, incluso antes que yo mismo. Un día me vio nadando con mis primos de nueve años, me preguntó por qué era tan pequeño y me dijo que quería entrenarme. (Le puede interesar: Caterine Ibargüen y su salto a la leyenda)

Nunca me cobró un peso, sabía que no tenía recursos. Que me iba y devolvía de la piscina caminando. Me recogía, entrenábamos a las cuatro de la mañana, me llevaba a estudiar, me esperaba en el colegio y luego volvíamos a entrenar. Oiga, Luis Carlos, usted es mi segundo cucho, yo lo quiero mucho.

Hoy, a mis veinte años, soy triple medallista paralímpico de Río 2016, con récord del mundo, múltiple campeón mundial en México 2017, múltiple campeón parapanamericano. He sido seis veces récord del mundo en cien metros pecho. Todo porque aprendí a aceptarme.

Las medallas se ganan en los entrenamientos y se recogen en las competencias. Quiero ser un ejemplo de vida y decirle a la gente que no hay límites, que siga adelante.

Soy feliz, no me falta nada y le demostré al mundo que soy el mejor. Me gustan las cascadas y los ríos, también las cosas extremas. Ya puedo saltar desde muy alto porque sé que ya no me ahogo. El reguetón y la electrónica me ayudan a pasar el rato; eso sí, la impuntualidad me saca la piedra.

Quiero ser papá algún día para contarles a mis hijos mi historia; he tenido momentos difíciles, que deben escuchar para que sean unos guerreros. Ya no tengo la pregunta de “por qué a mí”, entendí que todo pasa para algo.

“Gracias a todos por el apoyo. A pesar de las adversidades, uno puede sacar la mejor versión de uno mismo”, fue lo que dije cuando El Espectador me entregó el premio de Deportista Paralímpico de 2018. Y Moisés Fuentes me interrumpió y elocuentemente dijo: “No a pesar, sino gracias a las adversidades es que sacamos nuestra mejor versión”. Tiene toda la razón.

* Adaptación hecha por: Thomas Blanco Lineros.- @thomblalin

Por Carlos Daniel Serrano- Especial para El Espectador

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