Días de coronavirus y enigmas del alma: Pensamientos desde casa, día 16

El significado de la vida espiritual ha sido uno de los temas centrales de la historia de la literatura y de esa incertidumbre podemos servirnos para conocernos mejor.

Nelson Fredy Padilla *
09 de abril de 2020 - 07:49 p. m.
El poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935) dijo: “Los cuerdos son los que están ciegos o confusos de alma”. / Imagen de referencia de Pixabay
El poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935) dijo: “Los cuerdos son los que están ciegos o confusos de alma”. / Imagen de referencia de Pixabay
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Hoy le dedico este texto a las que llamo almas benditas de la literatura universal, como una invitación a explorar ese nivel espiritual en días de recogimiento y cuarentena. Las primeras invocadas son las de los maestros rusos, que nos mostraron el camino para viajar a las profundidades de la condición humana. En los “Pensamientos anotados” y cartas de Fiódor Dostoievski (1821-1881) encuentro su mandamiento de escritor: “Aunque sólo resulte un panfleto, diré allí todo lo que tengo en el alma”. (Recomendamos otra columna de esta serie: El coronavirus y el poder de la oración).

El autor de Crimen y Castigo dice que “la altura de un alma puede medirse en parte, sin más, fijándose en hasta qué grado es capaz de inclinarse, y ante quién, con veneración (o devoción)”. Que para “mostrar todas las honduras del alma humana” sus mejores lecciones fueron haber leído Almas muertas, del ucraniano Nikolái Gogol (1809-1852), y Don Quijote de la Mancha, del español Miguel de Cervantes (1547-1616), obra de la que anotó: “Sé que ese libro, el más grande y triste de cuantos libros ha creado el genio de los hombres, levantaría el alma de más de un joven con el poder de una gran idea, sembraría en su corazón la semilla de grandes problemas y apartaría su espíritu de la sempiterna adoración del estúpido ideal de la medianía, del orondo amor propio y la vulgar sabiduría práctica”.

El francés Gustave Flaubert (1821-1880), autor de esa gran exploración del alma femenina llamada Madame Bovary, le dio crédito al Curso de filosofía para ser usado en las escuelas, de Guesnier, por haberlo introducido a “las facultades del alma”. También en Europa los libros del italiano Primo Levi (1919-1987), en especial su trilogía sobre el holocausto contra el pueblo judío, son un tratado sobre los extremos morales a los que puede llegar un ser humano: “Ay de vosotras, almas depravadas”, les gritaban a los nazis. Es uno de los más dolorosos testimonios de aniquilamiento hasta dejar a las víctimas “como gusanos sin alma”. “Cuando suena esta música sabemos que nuestros compañeros, afuera en la niebla, salen en formación, como autómatas; tienen las almas muertas y la música los empuja, como el viento a las hojas secas, y es un sustituto de su voluntad…. extinguida el alma antes de la muerte anónima”. Levi no pudo superar ese horror y se suicidó tres décadas después de escribir su primer libro Si esto es un hombre.

El también novelista italiano Claudio Magris, autor de Danubio, ha dicho que lo importante es que el tema “no se convierta en una abstracción espiritualista falsa”. El legado de Levi es similar al que nos está dejando la “historiadora del alma”, como se autodenomina la bielorrusa Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015. ¿Su método? Está en sus apuntes sobre libros como La guerra no tiene rostro de mujer: “Escuchar el sonido de su alma y verificarlo con palabras”. “Necesito almas que reflexionen. Lo que más teme el ser humano es que su vida carezca de sentido. Después de todo, nuestra vida es una constante búsqueda de significado”. Propone una “superliteratura” a partir del “la percepción emocional de las personas en el momento en que han sido sacudidas”.

El francés Julio Verne (1828-1905), símbolo del alma aventurera, nos devuelve el aliento porque escribió que ante las mayores dificultades y utopías “el cuerpo se hace fuerte y el alma se vigoriza”. Pero es solo el significado de nuestro espíritu, sino su trascendencia lo que ha ocupado la mente de muchos escritores. El checo Franz Kafka (1883-1924) decía que la caligrafía era el sismógrafo del alma y, según sus diarios, una de sus grandes preocupaciones religiosas era “liberar el alma de la suciedad terrenal”. Para él, el mayor miedo para un ser humano es quedarse sin alma como un animal. Pensaba: “Si hay una transmigración de las almas, yo aún no estoy ni siquiera en el escalón más bajo”. Un enigma que retoma en la novela Rana el Premio Nobel de Literatura 2012, el chino Mo Yan.

Es la sabiduría de nuestras culturas indígenas. En diciembre pasado, los sabios de la selva amazónica de Sarayaku, en el Amazonas de Ecuador, me insistían: “El mundo de Kawsak Sacha -Selva Viviente- tiene energía y simboliza el espíritu humano con su fortaleza y grandeza. Para nosotros es el pensamiento interior donde el alma y la vida son uno solo con la Pachamama -Madre Tierra- y hace parte de la formación de las personas desde el embrión”.

El estudio del alma desde la literatura es apenas una pequeña mirada sobre lo que han investigado otras áreas del saber como la teología, la antropología, la metafísica. El filósofo francés George Steiner (1929-2020) escribió en Lecciones de los maestros que el mejor ejemplo de vida es el de un profesor que “prende el fuego en un alma naciente”. Y el alumno emprende un camino de autoindagación e indagación que lo conduce, en equilibrio espiritual, a la rectitud moral y a la justicia.

Cultivarnos en ese sentido es un reto, porque podemos oscilar entre almas puras y nobles hasta extraviadas y ruines. El escritor estadounidense Charles Bukowski (1920-1994) prefería narrar desde lo que llamaba “la sífilis del alma”. En sus cartas a Douglas Blazek cuenta que en esa búsqueda encontraba “monstruos muy especiales”, los “almamuerta falsificadores de la gracia”.

Las respuestas más importantes sobre la salud y la libertad del alma están en cada uno, en la incertidumbre de cada día. El poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935) dijo: “Los cuerdos son los que están ciegos o confusos de alma”. Y el colombiano Porfirio Barba Jacob (1883-1942): “Mi mal es ir a tientas con alma enardecida”.

@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com

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Por Nelson Fredy Padilla *

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