Santiago García: el maestro de la creación colectiva
El dramaturgo empezó a actuar desde los siete años, estudió arquitectura, pero pronto lo recobró el mundo de las tablas. El Teatro La Candelaria fue el eje de su trabajo artístico como director, dramaturgo o coescritor de obras como "Guadalupe años sin cuenta", que marcaron una época en Colombia.
* Redacción Cultura
Bogotano de pura cepa, del barrio Las Nieves, nacido el 20 de diciembre de 1928, Santiago García fue actor desde los siete años. En la escuela de Puente Nacional (Santander), o en las aulas de varios colegios en la capital, se fue vinculando al teatro, y cuando concluyó su bachillerato entró a estudiar arquitectura en la Universidad Nacional que terminó en 1951. Ese mismo año emprendió sus actividades la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENAD) bajo la dirección del español José María de Mena, y empezó a formarse una generación de actores de la talla y proyección de Miguel Torres, Camilo Medina, Frank Ramírez y Consuelo Luzardo.
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Pero inicialmente Santiago García se interesó por viajar a París (Francia) para complementar sus estudios de arquitectura en la Escuela de Bellas Artes. Pasó también por Inglaterra y Venecia (Italia) donde fortaleció su vocación estética con la visita permanente a los museos de la ciudad. Retornó a Bogotá, trabajó por un tiempo en la firma de arquitectos Esguerra y Herrera, pero en un entorno favorable al teatro por la creación de instituciones como la Escuela de Teatro del Distrito de Fausto Cabrera o el Teatro Experimental de la Universidad Nacional con Bernardo Romero Lozano, más temprano que tarde se vinculó a este círculo creativo en la ciudad.
Brillaba el Teatro Escuela de Cali de Enrique Buenaventura, pero hacia 1955 llegó al país el director de teatro japonés Seki Sano para crear en Bogotá el Instituto de Artes Escénicas, y fue a este espacio de formación de actores al que se vinculó Santiago García. Como lo resaltan Fernando Duque Mesa y Jorge Prada Prada en su trabajo de investigación teatral “Santiago García, el teatro como coraje”, allí fue donde recobró sus dotes histriónicas. Después, hacia 1957 entró como profesor a la Escuela de Teatro del Distrito, pero en medio de la división alrededor del mandato de Fausto Cabrera, junto a otros profesores terminó como cofundador del teatro El Buho.
Según los citados autores, “ese fue el primer grupo de teatro experimental independiente y profesional en Colombia”. Allá llegaron los que iban a decidir en los siguientes años la suerte del teatro colombiano. Carlos Joé Reyes, Carlos Perozzo, Camilo Medina, Mario García, entre otros. Su primera sede fue el sótano de la Avenida Jiménez, y allá Santiago García puso en esecena, entre otras obras, La conversación sinfonieta del francés Jean Tardieu, o La princesa de Aoí de Yukio Mishima. Por la misma época, ante el auge de la televisión, también ofició como Jefe de Escenografía y Programación en la Televisora Nacional.
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Hacia 1960, El Buho se trasladó a la Avenida Jiménez con calle Quinta, y Santiago García viajó a Checoeslovaquia a estudiar Dirección Teatral y Cine, gracias a una beca otorgada por ese gobierno. Pasó también por Berlín, y fue testigo de lo que había significado para la sociedad alemana el Berliner Ensemble de Brecht, una experiencia que fue determinante para la evolución de su obra. Al regresar a Colombia, retomó su condición de director del Teatro Estudio de la Universidad Nacional y recogió al teatro El Buho que no había podido sostenerse en su nueva sede. Con sus actores puso en escena la obra del escritor ruso Antón Chejov.
En 1963, tras llevar a las tablas su primera obra de Brecht, Un hombre es un hombre, regresó a Europa, y empezó un devenir entre Colombia y Viena o París, hasta que hacia 1965 comenzó a estrenar obras con el Teatro Estudio de la Universidad Nacional, que se iniciaron con “Historia del zoológico” de Edward Albee y pasaron por “Los siete pecados capitales” y “Galileo” de Bertolt Bretch. En medio de una activa transformación del teatro colombiano, Santiago García dejó la Universidad Nacional y apareció como cofundador de la Casa de la Cultura, junto a Carlos José Reyes, Miguel Torres, Eddy Armando, Patricia Ariza y Jaime Barbini, entre otros.
Años después, en 1969, la Casa de la Cultura se transformó en el Teatro la Candelaria, y la sede se inauguró con un montaje de La buena alma de Se Chuan, de Bertolt Brecht. A lo largo de los años 70, el trabajo de investigación dio lugar a la creación colectiva, y a través de esta metodología, logró la puesta en escena de un reportorio que terminó haciendo historia. Primero fue la obra Nosotros los comunes, alusiva a la revolución de los comuneros. Después llegó Ciudad Dorada, sobre el dilema de la migración del campo a la ciudad. En 1975, estrenó la obra más representativa del Teatro La Candelaria, Guadalupe, años sin cuenta.
La idea nació de leer los relatos de la violencia colombiana de los años 50, y la obra recibió un año después el Premio Casa de las Américas en Cuba, convirtiéndose en un clásico del teatro nacional. Después llegó la puesta en escena de Los diez días que estremecieron al mundo, adaptación del clásico libro del periodista norteamericano John Reed; y Santa Juana de los mataderos de Brecht; “Marat/Sade” del dramaturgo alemán Peter Weiss. Cuando llegaron los años 80, ya Santiago García y su Teatro La Candelaria eran referente cultural del país, a pesar de que sus posiciones políticas también lo llevaron a volverse blanco del Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala.
Con trabajos como El nuevo mundo descubierto por Cristobal Colón, Corre, corre, Carigueta, o El diálogo del rebusque, la dirección teatral de Santiago García se convirtió en sello de arte escénico. Al tiempo, no perdió su condición de actor, tanto en las tablas como en el cine, asumiendo diversos papeles en recordadas películas nacionales como La virgen y el fotógrafo de Luis Alfredo Sánchez o Milagro en Roma de Lizandro Duque. Es inagotable el repertorio de las obras que dirigió, en las que actuó o en las que dio algún aporte. Poco a poco empezaron a quedar condensadas en libros y revistas, porque el teatro La Candelaria se volvió un centro de dramaturgia.
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En 1998, luego de largos años de trabajo permanente, dentro y fuera del país, pero siempre en representación de su teatro La Candelaria, la Universidad Nacional le otorgó el doctorado honoris causa por toda su vida dedicada al arte teatral. En ese momento, ya Santiago García tenía 70 años, pero estaba muy lejos de bjar el telón de su creatividad. Desde entonces, nunca dejó de ser invitado internacional de importantes festivales de teatro del mundo, ni tampoco dejó de acudir a cuanto evento regional lo invitaran. Participó en innumerables obras de creación colectiva, editó en libros la secuencia artística de La Candelaria y hasta su último momento fue su casa.
En 2004, el Ministerio de Cultura y los editores Investigación Teatral sacaron adelante el verdadero homenaje que en vida se le hizo al maestro Santiago García. Una entrevista de 629 páginas donde no se ahorró nada. En una extensa conversación por etapas con Fernando Duque Mesa y Jorge Prada Prada, dejó el testimonio de una vida combatiente y fructífera que se apagó este 23 de marzo de 2020, pero que deja un legado maravilloso de teatro a la colombiana, con todos sus atributos sociales y políticos. A sus 91 años bien vividos y puestos en escena, se va un dramaturgo y teatrero de peso. Ahora empieza el reconocimiento a su legado.
Bogotano de pura cepa, del barrio Las Nieves, nacido el 20 de diciembre de 1928, Santiago García fue actor desde los siete años. En la escuela de Puente Nacional (Santander), o en las aulas de varios colegios en la capital, se fue vinculando al teatro, y cuando concluyó su bachillerato entró a estudiar arquitectura en la Universidad Nacional que terminó en 1951. Ese mismo año emprendió sus actividades la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENAD) bajo la dirección del español José María de Mena, y empezó a formarse una generación de actores de la talla y proyección de Miguel Torres, Camilo Medina, Frank Ramírez y Consuelo Luzardo.
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Brillaba el Teatro Escuela de Cali de Enrique Buenaventura, pero hacia 1955 llegó al país el director de teatro japonés Seki Sano para crear en Bogotá el Instituto de Artes Escénicas, y fue a este espacio de formación de actores al que se vinculó Santiago García. Como lo resaltan Fernando Duque Mesa y Jorge Prada Prada en su trabajo de investigación teatral “Santiago García, el teatro como coraje”, allí fue donde recobró sus dotes histriónicas. Después, hacia 1957 entró como profesor a la Escuela de Teatro del Distrito, pero en medio de la división alrededor del mandato de Fausto Cabrera, junto a otros profesores terminó como cofundador del teatro El Buho.
Según los citados autores, “ese fue el primer grupo de teatro experimental independiente y profesional en Colombia”. Allá llegaron los que iban a decidir en los siguientes años la suerte del teatro colombiano. Carlos Joé Reyes, Carlos Perozzo, Camilo Medina, Mario García, entre otros. Su primera sede fue el sótano de la Avenida Jiménez, y allá Santiago García puso en esecena, entre otras obras, La conversación sinfonieta del francés Jean Tardieu, o La princesa de Aoí de Yukio Mishima. Por la misma época, ante el auge de la televisión, también ofició como Jefe de Escenografía y Programación en la Televisora Nacional.
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Hacia 1960, El Buho se trasladó a la Avenida Jiménez con calle Quinta, y Santiago García viajó a Checoeslovaquia a estudiar Dirección Teatral y Cine, gracias a una beca otorgada por ese gobierno. Pasó también por Berlín, y fue testigo de lo que había significado para la sociedad alemana el Berliner Ensemble de Brecht, una experiencia que fue determinante para la evolución de su obra. Al regresar a Colombia, retomó su condición de director del Teatro Estudio de la Universidad Nacional y recogió al teatro El Buho que no había podido sostenerse en su nueva sede. Con sus actores puso en escena la obra del escritor ruso Antón Chejov.
En 1963, tras llevar a las tablas su primera obra de Brecht, Un hombre es un hombre, regresó a Europa, y empezó un devenir entre Colombia y Viena o París, hasta que hacia 1965 comenzó a estrenar obras con el Teatro Estudio de la Universidad Nacional, que se iniciaron con “Historia del zoológico” de Edward Albee y pasaron por “Los siete pecados capitales” y “Galileo” de Bertolt Bretch. En medio de una activa transformación del teatro colombiano, Santiago García dejó la Universidad Nacional y apareció como cofundador de la Casa de la Cultura, junto a Carlos José Reyes, Miguel Torres, Eddy Armando, Patricia Ariza y Jaime Barbini, entre otros.
Años después, en 1969, la Casa de la Cultura se transformó en el Teatro la Candelaria, y la sede se inauguró con un montaje de La buena alma de Se Chuan, de Bertolt Brecht. A lo largo de los años 70, el trabajo de investigación dio lugar a la creación colectiva, y a través de esta metodología, logró la puesta en escena de un reportorio que terminó haciendo historia. Primero fue la obra Nosotros los comunes, alusiva a la revolución de los comuneros. Después llegó Ciudad Dorada, sobre el dilema de la migración del campo a la ciudad. En 1975, estrenó la obra más representativa del Teatro La Candelaria, Guadalupe, años sin cuenta.
La idea nació de leer los relatos de la violencia colombiana de los años 50, y la obra recibió un año después el Premio Casa de las Américas en Cuba, convirtiéndose en un clásico del teatro nacional. Después llegó la puesta en escena de Los diez días que estremecieron al mundo, adaptación del clásico libro del periodista norteamericano John Reed; y Santa Juana de los mataderos de Brecht; “Marat/Sade” del dramaturgo alemán Peter Weiss. Cuando llegaron los años 80, ya Santiago García y su Teatro La Candelaria eran referente cultural del país, a pesar de que sus posiciones políticas también lo llevaron a volverse blanco del Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala.
Con trabajos como El nuevo mundo descubierto por Cristobal Colón, Corre, corre, Carigueta, o El diálogo del rebusque, la dirección teatral de Santiago García se convirtió en sello de arte escénico. Al tiempo, no perdió su condición de actor, tanto en las tablas como en el cine, asumiendo diversos papeles en recordadas películas nacionales como La virgen y el fotógrafo de Luis Alfredo Sánchez o Milagro en Roma de Lizandro Duque. Es inagotable el repertorio de las obras que dirigió, en las que actuó o en las que dio algún aporte. Poco a poco empezaron a quedar condensadas en libros y revistas, porque el teatro La Candelaria se volvió un centro de dramaturgia.
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En 1998, luego de largos años de trabajo permanente, dentro y fuera del país, pero siempre en representación de su teatro La Candelaria, la Universidad Nacional le otorgó el doctorado honoris causa por toda su vida dedicada al arte teatral. En ese momento, ya Santiago García tenía 70 años, pero estaba muy lejos de bjar el telón de su creatividad. Desde entonces, nunca dejó de ser invitado internacional de importantes festivales de teatro del mundo, ni tampoco dejó de acudir a cuanto evento regional lo invitaran. Participó en innumerables obras de creación colectiva, editó en libros la secuencia artística de La Candelaria y hasta su último momento fue su casa.
En 2004, el Ministerio de Cultura y los editores Investigación Teatral sacaron adelante el verdadero homenaje que en vida se le hizo al maestro Santiago García. Una entrevista de 629 páginas donde no se ahorró nada. En una extensa conversación por etapas con Fernando Duque Mesa y Jorge Prada Prada, dejó el testimonio de una vida combatiente y fructífera que se apagó este 23 de marzo de 2020, pero que deja un legado maravilloso de teatro a la colombiana, con todos sus atributos sociales y políticos. A sus 91 años bien vividos y puestos en escena, se va un dramaturgo y teatrero de peso. Ahora empieza el reconocimiento a su legado.