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Esta semana, al final de una de sus columnas, Diario de una productora, Cristina Gallego había dicho que para ser realistas, "El abrazo de la serpiente" tenía un veinte por ciento de posibilidades de obtener el Óscar. Hoy, 28 de febrero de 2016, quedará marcado con tintes de historia en la cultura nacional, pues por vez primera una película colombiana estuvo entre las nominadas para uno de los premios más codiciados de la Academia de Artes Cinematográficas de Hollywood. (Galería Protagonistas de 'El Abrazo de la Serpiente' así viven los Óscar).
"El abrazo de la serpiente" nació, según palabras de Guerra, con una imagen, la del explorador Theodor Koch-Grünberg hablando con unos indios en el Amazonas. “Con esa imagen me convencí de que había que hacer una película sobre el Amazonas”. La historia se basó en las más de 2.000 fotografías que hizo Koch-Grünberg, y en los diarios del botánico inglés Richard Evans Schultes. Guerra y Toulemonde, el coguionista del filme, ficcionaron la historia con Karamakate, el personaje principal, que atraviesa la película llevando a ambos extranjeros a entender su mundo. (Leer El guión de "El abrazo de la serpiente").
“Queríamos que el guion fuera como un río: con su movimiento, con su sonido, con su fluir. El guion trata de mostrar a todos los personajes en un encuentro constante de conocimiento. Cuando Schultes le muestra a Karamakate el sonido de la música, es con exactitud la síntesis de la cinta. Yo estaba escribiendo esa escena, en frente del computador, mientras escuchaba música clásica. Miraba la pantalla, fumaba todo el tiempo. Leí tanto como pude. Los diálogos de la película tienen que ver con el sentir del río”, cuenta Toulemonde. (Leer Historias inéditas de "El abrazo de la serpiente" contadas por su productora).
Escribieron el ambiente: una selva mujer —el único personaje femenino de la película—, que era poderosa, sabia, limpia. La cinta, aunque tiene una historia central, se ramifica en varios de los sucesos históricos que marcaron el Amazonas y que son desconocidos por la mayoría: la presencia de un mesías en medio de la selva que lideró suicidios colectivos, el genocidio debido a la guerra del caucho, la extinción de los pueblos indígenas.
La idea estaba clara desde el inicio para Guerra: la película sería grabada en la selva del Amazonas, en lengua indígena y en blanco y negro. Sin embargo, cuando le comentó el proyecto a Cristina Gallego, su esposa y productora del filme, ella fue la primera en oponer resistencia: “Me parecía interesante, pero habíamos tenido experiencias muy duras con Los viajes del viento. El trabajo con comunidades indígenas es muy difícil, y lo último que quería era grabar toda una película en uno de sus resguardos”. (Leer El manejo fotográfico, un gran acierto de "El abrazo de la serpiente").
Al final, la terquedad de Guerra hizo que su esposa aceptara ser la productora. El trabajo empezó con la búsqueda de recursos para financiar la película. Muchas veces les rechazaron el guion, les dijeron que no se entendía o que sería un proyecto muy arriesgado, pero siguieron tocando puertas hasta alcanzar un presupuesto de US$1,4 millones, con el que realizaron la producción. Una vez alcanzado el primer escalón, viajaron por varias regiones del país, hasta llegar al Vaupés, en donde recorrieron el río, vieron el paisaje, conversaron con las comunidades y decidieron que ese sería el lugar para grabar.
“Viajé como seis semanas antes de empezar el rodaje para ubicar las zonas específicas en las que se grabaría la película. Como la selva es tan cambiante, tenía que estar mirando las orillas del río para encontrar el escenario que más nos sirviera. Tomé fotografías y las compartí con Ciro y el equipo de arte”, explica Miguel Antonio Zanguña, productor de campo de la cinta. Su principal herramienta al momento de ubicar las locaciones fue el story board que había diseñado Guerra, el cual, según él, era tan claro que le permitía reconocer los espacios que serían después el set. El primer acercamiento de la comunidad indígena con la película fue a través de Zanguña, quien les explicó de qué se trataba el proyecto. Buscó las personas que los guiaran en la selva y los ayudaran a adecuar las locaciones.
De esta manera los hizo parte del proceso de preproducción y rodaje. Junto con él estaba el también productor de campo Leonardo González, encargado de organizar la logística del grupo de trabajo. “Nos tocaba desplazarnos en bicitaxis porque no había automóviles. Además, trasladamos los equipos de todos los departamentos (cámaras, luces, micrófonos) en motos que tenían una parrilla atrás”. Cuando llegaban a los sets que se habían establecido cerca del río, el grupo de producción de campo se dividía por lo general en dos lanchas, una en la que iban dos personas con las luces y cámaras y otra en la que se transportaban de siete a diez personas. Zanguña aclara que esto cambiaba según el lugar en el que fueran a grabar, pues para cada zona había que llevar equipos distintos.
Seis semanas después del rodaje, buena parte del proceso de posproducción se realizó en Argentina. Esteban Mentasti, coproductor de El abrazo de la serpiente, me explica que la película, grabada en 35 mm, fue revelada a color. Una vez seleccionadas las secuencias, se escanearon para intervenirlas digitalmente y crear el blanco y negro. Al momento de editar el material se utilizó la técnica de transfer a una luz, que le permite al productor observar las imágenes originales y elegir las que se usarán en la cinta. La finalidad de este proceso es comprobar que las piezas se encuentran sin problemas para así pasar a la fase de off line, donde se edita.
Para aplicar el blanco y negro se usó el método de colorimetría cuadro por cuadro. Mentasti comenta que, aunque tuvo dudas sobre este cambio de color, pues los canales de televisión no suelen hacerlo, le pareció muy acertado eliminar el verde intenso para hacer la selva más ligera a la vista. El abrazo de la serpiente creó en el equipo de producción una conexión con el mundo espiritual de las comunidades indígenas, con el cual aprendieron a escucharse entre ellos y soportar las largas jornadas de trabajo. Quizá la bendición que recibieron de esa comunidad en momentos previos al rodaje les permitió superar las adversidades.
Aunque Gallego dijo “cuando estás investigando sobre la selva, todo te indica que no tienes que filmar una película allá”, este equipo de más de 50 personas rodó allí una historia que es hoy reconocida a nivel mundial, después de 30 años de que se hiciera la última película de ficción en el Amazonas. Hoy queda claro que el esfuerzo y la locura, la obstinación y la actitud, lograron un resultado que ha sido aplaudido en decenas de festivales por Europa, Asia y América. Haber estado en los Óscar fue un paso más.