Rock al Parque 2018: un domingo de resistencia

Nuestra agenda estuvo orientada hacia la idea de darse un viaje cultural por los rincones del Congo, el Reino Unido o por qué no, por las campiñas francesas, antes de llegar a Rusia.

Luis Fernando Mayolo / @mayolito *
20 de agosto de 2018 - 06:02 p. m.
La banda rusa Pussy Riot en el segundo día del Festival Rock al Parque 2018. / EFE
La banda rusa Pussy Riot en el segundo día del Festival Rock al Parque 2018. / EFE
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Allí estábamos otra vez. En el Simón Bolívar, uno de los pocos templos que le queda al rock, en una ciudad como Bogotá, en la que sus dirigentes parecieran querer hacer muchos parques, canchas y espacios de recreación, pero sacrificando la memoria, el arte y la cultura. Si no me cree, miren el lío que existe con los Columbarios del Cementerio Central. (En fotos: así se vivió el segundo día del Rock al Parque).

Atrás había quedado el día del metal en Rock al Parque, con el recuerdo del sendo homenaje a Masacre, la agrupación paisa que celebraba sus 30 años de historia y en el que estuvieron presentes 70 mil personas, según cifras oficiales.

Esta segunda fecha prometía mayor diversidad, mayor amplitud en el espectro que el rock puede brindar, porque como todos lo sabemos, el rock tiene su arraigo y trascendencia gracias a su espíritu, más que a sus mismos acordes. Por eso la presentación de las Pussy Riot resaltaba en el papel como la más incendiaria. El manifiesto ruso de resistencia sobre la falta de libertades y el autoritarismo. Un colectivo artístico que ha trascendido más por su activismo a favor del aborto y la diversidad sexual, entre otros temas, que por su propuesta musical.  (Le puede interesar: Rock al Parque 2018: lo que esperan los fanáticos del rock de Iván Duque).

Ni una sola gota de lluvia dañó la fiesta. La amenaza de fuertes vientos fruto de las cada vez más comunes teorías de conspiración sobre chamanes entrenados para dañar los momentos más célebres de la historia de este país pecaron por su ausencia. Hubo tiempo de diseñar muchas agendas, la nuestra, por ejemplo, orientada hacia la idea de darse un viaje cultural por los mismísimos rincones del Congo, el Reino Unido o por qué no, por las campiñas francesas, antes de llegar a Rusia. (Le recomendamos ver: Rock al Parque 2018: así definimos qué es un pogo).

Así fue como bailamos con el afrobeat de Jupiter & Okwess, quienes mostraron su riqueza cultural en una mezcla de ritmos tradicionales y urbanos llenos de color. Una oportunidad increíble de disfrutar de su líder Jupiter Bonkodji y todo ese influencia que lo permeó entre Kinshasa y Alemania. “En el Congo hemos bailado desde la época de las cavernas”, se escuchó en el escenario una y otra vez, mientras nos entregamos a canciones donde lo instrumental se llevaba el protagonismo y en donde Rafael Espinel de La Chiva Gantiva, compartía en el escenario con este dream team de diferentes nacionalidades.

Ombligueras de nirvana, camisetas negras de bandas, baños públicos malolientes y una zona de comidas que iba desde el chorizo santarrosano y la hamburguesa de Acido Bar hasta la ternera a la llanera, servía de pausa activa para recargar energía. El presupuesto de 10 mil por cabezas este año se quedaba corto, sobre todo si faltaban todavía tantas horas para terminar.

Con la noche llegó del Reino Unido, HMLTD. Una propuesta teatral de new wave que en los circuitos comerciales parecía estar extinta. Una perfecta antesala para los encapuchados rusos. Pero antes, teníamos que trasladarnos al escenario principal, para ver a Walls of Jericho y su vocalista Candace Kucsulain, quien en este día de resistencia hizo el llamado a seguir cambiando nuestra realidad con actos cotidianos y constantes, teniendo como fondo lo mejor de su hardcore estadounidense y su camiseta pro Fitness, que le permita lucir el poderío de sus brazos y musculatura. ¡Forever militant!

http://www.elespectador.com/sites/default/files/636703426163649651w.jpg?timestamp=1534789102Walls of Jericho Festival Rock al Parque 2018 / EFE.


Aunque en la agenda todavía estaba Suicide Silence, Dancing Modd, Syracusae y DonKristobal & The Warriors y para muchos algunas de ellas eran el horizonte, para nosotros solo tenía cabida las Pussy Riot. (También puede leer: ¿Por qué Bogotá es tan metalera?).

Al principio se hicieron de rogar. No llegaron a la rueda de prensa y los problemas técnicos invadieron posteriormente el escenario. El público y nosotros esperábamos, tal vez, el discurso lo valía. Empezaron con un manifiesto digital contra la oligarquía y posteriormente se despacharon a favor del aborto legal y seguro, y por supuesto, pidiendo respeto por la diversidad sexual. Por eso invitaron al escenario a Las Tupamaras, un colectivo colombiano conocido por enfrentarse a la homofobia y la misoginia que existen dentro de la misma comunidad gay. Bailaron e hicieron una fiesta en el escenario, tal vez, el momento más sublime de una presentación, en donde musicalmente no muchos nos conectamos con su idea de hip hop, K-pop, expresión electrónica, o como lo quieran llamar. Un performance que terminó con una fiesta de vaginas a través de su canción ‘Straight Outta Vagina’, en donde nos quedó claro que las vaginas tienen mucho que decir.

Este lunes termina Rock al Parque y como siempre seguiremos asistiendo, sin importar si vienen bandas históricas del circuito comercial o si la apuesta es por el descubrir en este territorio, expresiones musicales que en otros lados definen incluso la historia de toda una sociedad.

* Especial para El Espectador

Por Luis Fernando Mayolo / @mayolito *

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