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Desde hace 30 años, cuando los seleccionados del África negra comenzaron a ganar partidos y hacer grandes presentaciones en torneos internacionales, los especialistas pronosticaron que algún día conquistarían un Mundial. (Vea nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
Lo hicieron ya en las categorías menores (sub 17 y sub 20, con Ghana y Nigeria), pero aún no con los equipos de mayores. Sin embargo, en Rusia 2018 la predicción podría convertirse parcialmente en realidad, pues 14 de los 23 integrantes (el 60,8%) del combinado francés, que disputará este domingo la final ante Croacia, tienen sangre africana.
“Ese simplemente es el reflejo de nuestra sociedad. Francia es el país europeo con más inmigrantes. Ya hay un par de generaciones descendientes que nacieron en nuestro territorio, pero conservan sus costumbres y respetan sus raíces”, explica Pierre Lamarche, un sociólogo galo que aclara que ese no es un fenómeno nuevo y que con orgullo acompaña a la selección en Rusia. (Lea: A Francia y Croacia los separan 100 kilómetros)
“En el equipo que ganó el título mundial de 1998 apenas ocho de los 22 jugadores tenían padre y madre franceses. El resto ascendencia africana, árabe y latina. El país entero celebró gracias a ellos e incluso entendió cómo su multiculturalidad se reflejaba en Les Bleus”, agrega.
En una nación que tiene cerca de 68 millones de habitantes, se calcula que el 10 % son de raza negra. Más de la mitad nacidos en territorio galo y con los mismos derechos que cualquier otro ciudadano, pero el resto con permiso de residencia temporal y muchos en la ilegalidad. (Le puede interesar: El consuelo de Inglaterra)
Un alto porcentaje de la población negra en Francia vive en zonas populares de las grandes ciudades, conocidas como banlieues, barrios marginales de gente trabajadora de diferentes razas y religiones. Un ejemplo de eso es el delantero Kylian Mbappé, una de las estrellas del Mundial, criado en Bondy, a una decena de kilómetros de París. Allí, al igual que algunos de sus compañeros en otras comunas, el hoy jugador del París Saint Germain, aprendió a gambetear y pegarle al balón a la vez que evitaba toparse con delincuentes camino a su casa o huía de conocidos suyos que querían meterlo en negocios turbios.
Él tenía el ejemplo de sus padres, pero también sus ojos encima. Muchos otros muchachos no. Por eso se quedaron en el intento. Cifras de la Federación Francesa de Fútbol indican que hay cerca de 250 mil niños registrados en clubes aficionados solamente en la región de la capital y ni siquiera el 1 % logra llegar a ser profesional. (Leer más: Roberto Martínez, el técnico que sigue el legado de Cruyff)
“Es el sueño de ellos, pero también de sus familias, pues ven en el fútbol la manera de salir de la pobreza”, recalca el sociólogo Lamarche, quien ha seguido otros casos de éxito como los de Benjamin Mendy en la comuna de Longjumeau, Paul Pogba en Lagny y N’Golo Kanté, quien recogía basura con su padre en un barrio de Suresnes.
Ellos tuvieron la suerte de ser reclutados muy jóvenes por la Federación Francesa y fueron, con apenas 10 u 11 años de edad, al centro de entrenamientos de Clairefontaine, en donde además de seguir con su perfeccionamiento deportivo, recibieron educación de primer nivel, alimentación adecuada y una estricta formación en disciplina, juego limpio y trabajo en equipo.
Aún así, “el fútbol en Francia significa clase baja, lo popular, sin que eso signifique que no haya oportunidades para otros como Hugo Lloris, arquero y capitán del equipo nacional, quien es hijo de abogados”, sostiene Lamarche. (Vea: Samuel Umtiti, el héroe de Lyon)
Pero lo que resulta más curioso es que más de la mitad de los jugadores de la selección mayor, y el 80 % de la sub 20, sean negros. Su biotipo, evidentemente, les favorece, pero parece que también el instinto de supervivencia y de superación, una mentalidad luchadora. Al ser muchachos discriminados de alguna manera, tienen que aprovechar el fútbol, que les da reconocimiento social y una mejor posición económica.
Una selección de África
El equipo que dirige Didier Deschamps, que revivirá este domingo ante Croacia la semifinal del Mundial de Francia 1998, en la que los galos se impusieron 2-1, con dos anotaciones de Lilian Thuram, tiene 14 jugadores “africanos”. Samuel Umtiti nació en Yaundé, Camerún, pero vivió desde los dos años en Lyon, a donde se trasladó su familia en busca de un mejor futuro. Y Steve Mandanda nació en Kinshasa, República del Congo. (Lea también: Olivier Giroud, el nueve que no remata al arco)Los demás nacieron en Francia, pero son hijos o nietos de inmigrantes, especialmente de los países del centro de África, como Congo y Senegal. El defensa Presnel Kimpembe tiene también nacionalidad congoleña. Paul Pogba, ascendencia de Guinea, y Mbappé, camerunesa. El papá de Ousmane Dembélé es de Malí y su mamá es de Mauritania. Corentín Tolisso tiene nacionalidad de Togo, el país de su padre, mientras que N'Golo Kanté la tiene de Malí.
Angoleño y francés es Blaise Matuidi y Steven Nzonzi también tiene pasaporte cogoleño. Adil Rami tiene ascendencia y nacionalidad marroquí. Los padres de Nabil Fekir son argelinos y los de Djibril Sidibé de Malí. Benjamin Mendy es de nacionalidad franco-senegalesa. (Lea también: Kylian Mbappé, el niño que quiso seguir los pasos de Thierry Henry)
Este fenómeno, sin embargo, no es exclusivo de Francia. En el Mundial pasó algo similar con las selecciones de Bélgica e Inglaterra, que poco a poco se han ido nutriendo con talento internacional, producto de las migraciones a Europa. Hasta Alemania tiene ahora un par de jugadores negros, algo impensado en el siglo pasado.
Eso sí, sin importar su color o su procedencia, los éxitos deportivos, porque no es algo exclusivo del fútbol, son celebrados por todos sus compatriotas, pues a la hora de la victoria siempre quedan atrás todas esas diferencias, que en realidad no deberían existir. Seguiremos esperando a que un país africano gane un Mundial, pero de lo que ya no hay duda, es que hay talento humano para conseguirlo. (Lea: Así es Luzhnikí, el estadio de la final del Mundial)