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El disparo del tiro de esquina fue de Alexis García. Andrés Escobar, sin marcas ya en el área chica, aprovechó el impulso de su carrera, saltó para encontrarse con la trayectoria del balón. Su cabezazo mandó la pelota hacia el travesaño. El arquero escocés voló para evitar que el rebote cayera adentro. Lo hizo sin éxito. El dos de la selección de Colombia corrió a abrazar al autor del pase y a celebrar su primera anotación con el equipo nacional.
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A Andrés Escobar lo mató la mafia. El narcotráfico. Los apostadores que perdieron un dineral en el Mundial de 1994, por su autogol que significó la salida del torneo para la selección de Colombia. La prensa. Los hermanos Gallón Henao. Fue un hecho aislado y circunstancial, dijeron las autoridades ante la conmoción por la muerte del “caballero del fútbol”. O un asesinato completamente ajeno al fútbol, dijo el entonces alcalde de Medellín, Luis Alfredo Ramos. Las hipótesis sobre su muerte, 27 años después del homicidio, siguen siendo varias, pero todas tienen un elemento en común: resaltan la injusticia de su crimen.
::(En video) Andrés Escobar: 25 años sin el caballero del fútbol::
Quienes lo conocieron, compañeros de equipo en el Atlético Nacional, en la selección, sus familiares, amigos y periodistas, que siguieron de cerca su evolución como jugador profesional, coinciden en la calidad de sus valores como ser humano, dentro y fuera de la cancha. Era todo lo contrario al arquetipo de futbolista de la época. Solía vestirse de traje y saludaba a cualquier persona que se le acercara, recuerda el periodista Hernán Peláez. Se le notaba la buena educación, de una familia de clase media de Medellín, agrega. Tampoco era un René Higuita, de quien ya se rumoraba su amistad con el capo Pablo Escobar, reseñó un abogado que conoció de cerca el expediente.
Era un referente, resalta el técnico Carlos “Piscis” Restrepo, tanto para sus compañeros como para quienes lo veían como un modelo a seguir. Solo pensaba en entrenar, en estar en la mejor condición física posible y en mejorar en las debilidades que tenía como central, refiere Francisco Maturana, otro de los entrenadores que tuvo en sus alineaciones a Andrés Escobar, incluido el once que llevó a Colombia al Mundial de 1994 en Estados Unidos como uno de los seleccionados favoritos del torneo. Era un ser desinteresado —relata su hermano Santiago Escobar—, que siempre trató a todo el mundo de la misma manera. “Jamás se aprovechó de su condición ni de su fama para sacar ventaja. Era sencillo, humilde”, añade.
Nadie hasta ahora ha contado una historia diferente a la de Escobar como ídolo y buena persona. Quizás porque no existe. Pero también porque, hasta en las jugadas más calientes, en las entradas más duras, en las que se pueden perder los estribos, especialmente en la posición de defensor, el dos de la selección nunca perdió el control. Por el contrario. Periodistas como Peláez y Víctor Rosas recuerdan que en esos momentos del partido, Andrés Escobar se devolvía a pedir disculpas y darle la mano a quien, por el choque mismo del juego, podía quedar en el suelo lastimado. No por nada hoy, cuando han pasado más de dos décadas de sus últimos 90 minutos, sigue siendo recordado como el “caballero del fútbol”.
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Ni siquiera cuando el país se le vino encima después de la eliminación del Mundial del 94, el defensa dejó de recibir a los aficionados que le pedían un autógrafo o una foto. Por el contrario, al día siguiente del partido, en el hotel donde se hospedaban los jugadores, Escobar habló con los periodistas y recibió a varios seguidores que continuaron apoyándolo, a pesar del infortunado autogol. Visiblemente afectado por la eliminación, con los ojos rojos y ojeras, que indicaban que no pegó el ojo en toda la noche, bajó a encontrarse con el periodista Rosas para escribir su ya usual columna de opinión en el diario El Tiempo. Y en esas últimas palabras publicadas, Escobar soltó una frase que hoy resulta absurda:
“Hay que tener fe. La vida no termina aquí…”.
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Víctor Hugo Aristizábal tomó impulso para ejecutar el tiro de esquina. El reloj iba por el minuto 31 del primer tiempo y Andrés Escobar, como era habitual, corrió hacia el área para buscar el cabezazo. Se elevó por encima de todos los jugadores y mandó el balón a la red. Fue el 28 de octubre de 1990, cuando el mítico defensor vestía la camiseta verde del Nacional. El gol se lo hizo a Omar Franco y el partido acabó dos a uno, a favor del equipo de Escobar. La anotación del dos de la selección y del equipo verde antioqueño marcó el paso de su equipo a la siguiente fase del torneo y la eliminación de uno de sus clásicos rivales, Millonarios.
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A Andrés Escobar lo mató Humberto Muñoz. Él fue quien, en la madrugada del 2 de julio de 1994, apretó seis veces el gatillo de su revólver marca Llama, calibre .38, en el parqueadero de una discoteca en la vía Las Palmas de Medellín. Así quedó probado en la sentencia en contra del perpetrador del crimen, quien resultó ser el chofer de los hermanos Santiago y Pedro Gallón Henao. Muñoz fue condenado a pagar 43 años de cárcel, de los cuales solo cumplió 12. Desde 2005 está libre. Él mismo confesó que era el asesino de Escobar, aunque aclaró que no sabía que se trataba del futbolista. Cambió varias veces su testimonio. Incluso inventó que lo habían secuestrado y que los disparos los hizo para defenderse.
::El estremecedor relato del fiscal del caso de Andrés Escobar::
Las circunstancias de los disparos es lo que hasta la fecha no está claro, pues la única versión que ha recopilado la justicia colombiana es que todo fue un caso de matoneo perpetrado por los hermanos Gallón Henao. El fiscal que llevó el caso, Jesús Albeiro Yepes, relató que esa noche “Andrés estaba con Juan Jairo Galeano y dos amigas en la discoteca. Desde la mesa de Pedro y Santiago Gallón, quienes estaban con un grupo de amigos, le empezaron a gritar ‘Autogol, Andrés, autogol’. Lo provocaron una y otra vez. Él pidió respeto y se alejó”. Y agregó: “Andrés estuvo incómodo toda la noche. Cuando salió del lugar, ya en su carro, se dio cuenta de que los que lo molestaron estaban en el parqueadero e ingresó allí”.
Discutió con los dos hermanos y luego el mayor, Santiago, le recriminó sus reparos: “Usted no sabe con quién se está metiendo”, y repitió: “Usted no sabe con quién se está metiendo”. Según les contó a los investigadores, Muñoz escuchó esa frase, se bajó del carro y se acercó al vehículo que iba manejando Escobar. Desenfundó su arma y disparó el revólver en la cabeza. Los tres hombres huyeron del lugar, mientras una de las acompañantes del futbolista cogió el volante y lo llevó de carrera a la clínica Medellín. Llegó sin signos vitales y nada pudieron hacer los médicos para revivir su corazón. Las autoridades no desaprovecharon ni un segundo para comenzar la investigación.
Horas después del asesinato, la Fiscalía ya tenía identificados a los tres hombres que estuvieron en el parqueadero. Los Gallón fueron sentenciados por encubrimiento. En 2010, uno de ellos, Santiago, fue condenado a tres años y tres meses de prisión por apoyar a grupos paramilitares. Años después, Estados Unidos incluyó a Santiago y Pedro Gallón en la Lista Clinton por sus supuestos vínculos con la Oficina de Envigado. Pero en 1994 hicieron lo posible para evitar que los alcanzara la mano de la justicia y salieron a los pocos días de la cárcel. La teoría que manejaron los fiscales del caso es que los hermanos le dieron la instrucción implícitamente a su chofer de que disparara contra el futbolista.
::La historia de Santiago Gallón, el caballista que encubrió el asesinato de Andrés Escobar::
La declaración de Muñoz fue clave para esta hipótesis. Preguntado por los fiscales si los Gallón Henao tuvieron algo que ver con el atentado, el conductor contestó: “Todavía no me habían dado la orden”. Las autoridades insistieron en que era un hecho aislado y circunstancial. Quizás para ellos una muerte más no era algo para alarmarse, en una ciudad en donde ese mismo 2 de julio, según registros de Medicina Legal, murieron asesinadas 40 personas. En un país en donde el narcotráfico ya había infectado a toda la esfera política. El 19 de junio, al día siguiente del malogrado debut de Colombia en el Mundial del 94 ante Rumania por 3 a 1, en segunda vuelta fue electo presidente Ernesto Samper.
Luego de 72 horas, el candidato Andrés Pastrana admitió su derrota, pero declaró que un presidente con dineros del narcotráfico en su campaña no tenía título moral para conducir a su pueblo. Las autoridades judiciales ya sabían de la existencia de los narcocasetes, con graves indicios de ingreso de dineros del cartel de Cali a las campañas presidenciales. Con ese escándalo encima, la escalada del poder de los carteles de la droga y, como si no fuera suficiente, el fortalecimiento de los grupos paramilitares y de las Farc, la esperanza del país se fundió como un bálsamo en la racha de la selección, que no perdió ni un partido en la eliminatoria del Mundial y consiguió el mítico cinco a cero contra Argentina.
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El ataque empecinado de la selección de Estados Unidos tenía en problemas al combinado nacional. En el minuto 35 de ese partido, Andrés Escobar intentó cerrar un centro del equipo estadounidense por el costado izquierdo. El dos de la Selección, que corría desaforado para frenar el pase cerca del punto penal, metió su pierna derecha en la trayectoria del balón y desvió la pelota hacia los tres palos que tantas veces defendió junto a Luis Carlos Perea. Para muchos, ese fue el gol que mató a Escobar.
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Un país en el que matan a un jugador de fútbol por hacer un autogol, declaró el escritor Ricardo Silva Romero, tendría que estremecerse profundamente, cerrar todos la puerta y no volver a salir, porque es una vergüenza muy grande. Los colombianos se estremecieron. En lugar de cerrar la puerta, los paisas se volcaron a las calles para acompañar la procesión fúnebre del féretro que llevaba el cuerpo de Escobar y las ceremonias de despedida. Pero la conmoción duró poco. Las autoridades aseguraron días después del sepelio que todo estaba resuelto, que Muñoz estaba capturado y que ya estaba tras la pista de los hermanos Gallón. Aun así, la puerta quedó abierta a las especulaciones.
Que a Escobar lo mató el narcotráfico. Que lo mataron los apostadores que perdieron un dineral con su autogol. Que lo mató la presión de narcos y criminales que daban todo por la selección. Que su muerte no tuvo nada que ver con el fútbol. Que todo estaba claro. Después de 25 años, lo que ya no está en duda es que a Andrés Escobar Saldarriaga, el defensa de 27 años de la selección colombiana, lo mató una sociedad indolente que sigue mirando para otro lado cuando, sin pudor, declara que acabar con la vida de alguien es una cuestión aislada y circunstancial.
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* Este texto fue publicado en julio de 2019