“Todos esperábamos el bombazo”

Hace tres décadas, en la madrugada del 2 de septiembre de 1989, El Espectador fue blanco de un atentado terrorista del cartel de Medellín. Memorias de periodistas que recuerdan cómo, en medio de los escombros, nació una edición y una consigna: “¡Seguimos adelante!”.

Redacción Judicial
01 de septiembre de 2019 - 02:09 a. m.
A la mañana siguiente al bombazo el periódico titulaba "¡Seguimos adelante!". / Archivo El Espectador
A la mañana siguiente al bombazo el periódico titulaba "¡Seguimos adelante!". / Archivo El Espectador
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“Nuestra mayor preocupación era hacer buen periodismo, digno de los respaldos que estábamos recibiendo. Después del asesinato del director Guillermo Cano, la pregunta de todos era: ¿vamos a dejar morir El Espectador antes de contar la muerte de Pablo Escobar?”. Las palabras remiten a los recuerdos del periodista Ignacio Gómez, quien tras el exilio del jefe de investigaciones de El Espectador, Fabio Castillo, en 1987, había asumido esa difícil misión. Corría el año 1989 y los periodistas del diario sabían que en cualquier momento iban a ser blanco de un atentado. El hecho sucedió en la madrugada del sábado 2 de septiembre.

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Meses antes, tras escaparse de una casa de salud en Bogotá, llegó a El Espectador un personaje que se identificó como Diego Viáfara Salinas y dijo ser el médico de los paramilitares en el Magdalena Medio. Ignacio Gómez, en compañía del director del diario, Fernando Cano, lo atendieron, y después de contactarlo con las autoridades quedaron con la pista para entender lo que estaba sucediendo. “Empezamos a deshacer el hilo de las masacres que estaban ocurriendo en Colombia y teníamos las primeras pistas de la presencia de mercenarios encabezados por Yair Klein, que habían llegado a entrenar a los paramilitares”, rememora Gómez.

Por la misma época, en Medellín, el corresponsal de El Espectador Carlos Mario Correa también vivía momentos críticos. “Un día contesté el teléfono y me dijeron: mire, hijueputa, la cosa es seria, le hablamos de parte del doctor. Usted está equivocado de puesto. Los Cano no tienen la verdad de Colombia. Pablo Escobar no quiere que su periódico esté en Medellín”, cuenta él, al tiempo que refiere que las amenazas siguieron creciendo en ese 1989. Un día llegó una corona de flores invitando a las exequias de El Espectador. Otro día dejaron un sufragio. En la oficina de Medellín todos esperaban que sonara el bombazo.

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“Era un momento de crisis nacional e institucional, con un Estado desbordado por numerosos frentes de guerra. La violencia de los carteles de la droga, el auge del paramilitarismo, la campaña de exterminio contra la Unión Patriótica. Colombia estaba a punto de ser un Estado fallido”, agrega la periodista María Elvira Samper, autora del libro 1989 (sello Planeta). Sin embargo, en medio de este entorno envenenado hubo quiénes le pusieron el pecho al caos. “Tanto El Espectador como el Nuevo Liberalismo y muchos jueces y magistrados enfrentaron el momento con probidad y se atrevieron a denunciar en medio de las balas”.

A las 6:43 de la mañana del sábado 2 de septiembre de 1989, un camión cargado con explosivos, parqueado en una estación de gasolina contigua a la sede del diario en Bogotá, estalló, dejando un saldo de 73 heridos. Aunque no hubo víctimas mortales, los destrozos en la planta de El Espectador fueron enormes. “Esa mañana, mi hermano, que vivía en Metrópolis, me llamó para decirme que acababan de volar el periódico y que incluso él había visto el hongo. En pocos minutos llegué al diario. Lo primero que vi fue a Camilo Cano dando plata para comprar escobas y a Fernando Cano con el timón del carrobomba”, cuenta Ignacio Gómez.

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“Como nos habían amenazado mucho, estábamos preparados para la bomba, pero la pusieron en Bogotá. Sin embargo, a la oficina empezaron a llegar los repartidores, colaboradores y personal administrativo, todos preocupados por las noticias de Bogotá. En el fondo, también sabíamos que no había sido contra nosotros y de alguna manera respiramos. Veníamos con un taco como de seis meses y nos liberamos. Ahora era cuestión de solidaridad con los colegas”, añade Carlos Mario Correa. A esa hora, la noticia recorría las redacciones de todos los diarios y Colombia no salía del estupor, pues dos semanas antes habían asesinado a Luis Carlos Galán.

“Mi escritorio no tenía nada, sencillamente porque lo había desaparecido la explosión. Lo menos dañado era una oficina pequeña al lado del salón Fundadores, rumbo a la oficina del director. Entre conductores, periodistas y personal del diario se organizó una brigada de barrida. Al tiempo, Héctor Mario Rodríguez y Héctor Hernández empezaron a conformar una redacción con Luis Palomino”, expresa Ignacio Gómez, evocando el momento en que el codirector José Salgar y los Cano se pusieron el overol para sacar adelante una edición de 16 páginas que llevó por título la frase que se convirtió en la consigna de esos tiempos: “¡Seguimos adelante!”.

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“La rotativa quedó desajustada. Solamente una unidad quedó funcionando. Durante un mes fue un periódico de 16 páginas en blanco y negro. Por fortuna, varios periódicos del mundo se unieron, hicieron la contribución de un préstamo sin intereses que le permitió a El Espectador salir de lo que ya parecía su muerte. En adelante, fue hacer periodismo en medio de las amenazas, de militares caminando por el techo o la redacción, de soldados protegiéndonos”, precisa Fidel Cano, actual director del diario. Como los demás miembros de su familia, su convicción era seguir adelante, pues no habían podido arrasar con una institución emblemática de la libertad de prensa.

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No obstante, la guerra contra El Espectador siguió, y el siguiente golpe ocurrió en Medellín. “Fue el 9 de octubre, al mediodía. Yo estaba en mi oficio habitual cuando entró una llamada con la fatídica noticia: mataron a Martha Luz López cuando llegaba a su casa en El Poblado. A la media hora llamó el hijo de Miguel Soler y dijo: ‘Mataron a mi papá’”, cuenta Carlos Mario Correa. Eran los gerentes de la oficina de El Espectador en la capital antioqueña. Minutos después apareció la policía y les dijo que nadie podía salir de la oficina porque tenían información de inteligencia de que faltaban cabezas. A la una de la tarde llamó gente de Escobar a atribuirse la acción.

“En esa época yo tenía esposa, casa y planes hacia el futuro, aunque sabía que era un poco loco trabajar en El Espectador. Ella y mis hermanas me presionaban diciéndome: ‘Tiene que irse’. Luego fue mi mamá diciéndome que a su casa también había llegado una carta. Entonces hablé con los directores que se turnaban para ir al diario. Mi mentor, Fabio Castillo, ya estaba exiliado y yo tenía un hermano en Alcalá de Henares que me garantizaba cama y sopa. Allá terminé en mi primer exilio”, puntualiza Ignacio Gómez, tras un largo recuento de ese terrible 1989 en el que el narcoterrorismo logró amedrentar a la sociedad colombiana.

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“Como en todas las épocas, el periodismo ha jugado un papel fundamental, y en ese momento El Espectador lo hizo para desenmascarar a Pablo Escobar. Por eso el capo la emprendió contra el diario, sus directivos y su gente más cercana. Él literalmente quiso acabar con el periódico”, agrega el editor de Planeta y periodista, Édgar Téllez, a quien años después le correspondió cubrir informativamente otro momento complejo: la caída del cartel de Cali y el escándalo del Proceso 8.000. Hoy, a la distancia de aquellos días, tiene la convicción de que la cultura traqueta no ha pasado y desafortunadamente no va pasar, pues el narcotráfico sigue siendo muy atractivo.

“‘Seguimos adelante’ fue la consigna de ese momento, porque no pudieron, y vamos a seguir adelante porque hoy tenemos periódico fortalecido. Don Fidel Cano creó un periódico para defender las ideas liberales cuando estaban prohibidas, cuando no había libertad de prensa, y yo creo que eso marcó desde el comienzo el destino de El Espectador. Defender unas ideas y unos principios contra todos los que han querido callarlo. Por eso sigue adelante, porque la gente valora su transparencia y su amor por el país”, sintetiza el director Fidel Cano, recalcando que hace 30 años se trabajó sobre los escombros, pero defendiendo a Colombia.

Por Redacción Judicial

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