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Han pasado ocho años desde que el expresidente Álvaro Uribe abandonó la Casa de Nariño y, a pesar del tiempo, sigue siendo una de las personalidades de la política más influyentes en la historia reciente de Colombia. Pasó de ser gobernador de Antioquia —con un breve lapso que se tomó en el exterior— a convertirse en el jefe de Estado en 2002 con la mayor popularidad de la que se tiene registro en ese cargo. Llegó a ser lo que los expertos en materia electoral califican de “animal político”, a tal punto que no sólo ganó las elecciones de ese año, sino que fue capaz de modificar la Constitución para hacerse reelegir en 2006 y, en un intento fallido por lograr un tercer mandato, catapultó al presidente Juan Manuel Santos, quien ganó las elecciones en 2010.
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Ahora, en las elecciones presidenciales de 2018 volvió a demostrar su fortaleza política, al lograr que su candidato, Iván Duque, gane la primera vuelta. Ser el ungido del Centro Democrático para buscar la jefatura del Estado significa, al mismo tiempo, heredar ese caudal. Firme con las convicciones de derecha, leal a posturas en torno a temas como la seguridad y la empresa privada, y defensor de valores tradicionales de Colombia. Eso es, en esencia, lo que representa el candidato del uribismo, que pasa a la segunda vuelta del 17 de junio con 7.569.693 sufragios. “Aquí hay una verdadera alternativa para el futuro de nuestro país. Voy a trabajar estas tres semanas para ganarme ese derecho a ser su presidente y a unir a Colombia. Ha llegado el momento de una nueva generación y vamos a darle a Colombia ese camino de ser un país grande”, dijo Duque desde el Centro Empresarial y Recreativo El Cubo, en su parte de victoria.
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Al mismo tiempo, le pidió a su contendor para la segunda vuelta, Gustavo Petro, desarrollar un debate con altura, de ideas “y que sean los colombianos los que definan el rumbo del país, porque la esperanza está por encima del odio de clases”. Y a los otros competidores hasta ayer les lanzó guiños. A Sergio Fajardo le reconoció su propuesta en torno a la educación “y nos sintonizamos con él”, dijo. Y a Germán Vargas le elogió su riguroso programa de gobierno, pese a reconocer que con él tuvo mayores diferencias en medio del proceso electoral. Pero ahora que Duque da un paso más cerca de ocupar la Presidencia, vale la pena evaluar cómo llegó. Sus más enconados críticos han resumido su carrera política en que, básicamente, se acostó siendo senador y se despertó cerca de ser el mandatario de los colombianos.
Lo califican de inexperto en cargos estatales, de ser muy joven para ganar las elecciones y de permitirle a Uribe gobernar en cuerpo ajeno a través suyo. “Yo seré el presidente y Uribe el senador”, ha reiterado en respuesta Duque a quienes incluso lo llaman “títere” del expresidente. Y aunque es cierto que el candidato desarrolló una brillante carrera como congresista, liderando importantes iniciativas legislativas, lo evidente es que sin el espaldarazo de Uribe no habría ocupado el primer puesto en la intención de voto de las distintas encuestas que lo siguen dando de favorito.
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Los apoyos a Duque superaron la votación de la consulta interpartidista del 11 de marzo, en donde logró algo más de 4 millones de votos. Una bolsa política que se venía asegurando desde que adoptó el discurso que, al final, ha venido definiendo los resultados en las elecciones de los últimos años en el país: la guerra y la paz con la desarmada guerrilla de las Farc. Bajo la consigna de que las instituciones en Colombia están en riesgo, que el Gobierno actual entregó el país a la impunidad y la falta de mano dura en una sociedad no preparada para el posconflicto, Duque reivindicó el lema que llevó a Uribe al poder hace 16 años, y que se repitió cuando perdió el plebiscito del 2 de octubre de 2016 para refrendar el acuerdo firmado —y posteriormente modificado— en La Habana. “Y no, y no, y no me da la gana, una dictadura como la cubana”, repetían ayer las fuerzas uribistas.
No obstante, Duque aclaró ayer que en Colombia no hay enemigos de la paz y que su intención tampoco será la de “hacer trizas” los acuerdos. “Nosotros tenemos que ser amables, grandes y generosos con esa base guerrillera que ha hecho tránsito a la movilización, desarme y reinserción, pero tenemos que garantizar que los máximos responsables le cumplan al país (…) cumpliendo penas, porque si no la paz nunca va a ser duradera”. Lo cierto es que el regreso del uribismo, si gana Iván Duque en segunda vuelta, confirmará que en los últimos tres lustros la política la ha venido definiendo el expresidente Álvaro Uribe, el mismo que dio origen a dos de los partidos con mayor influencia legislativa (la U y el Centro Democrático), el único que ha ganado en primera vuelta en dos procesos electorales, el senador electo con más votos de todas las elecciones al Congreso en la historia y cuyos mensajes en torno a las relaciones con el gobierno de Venezuela, incluso, han influido a la hora de convocar a los sufragantes a las urnas.
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Duque no logró mayor protagonismo en los sondeos cuando apenas era precandidato presidencial en el Centro Democrático y no eran muchos los que auguraban su triunfo. Pero cuando resultó electo como candidato oficial, vía encuesta, varios sectores pusieron sus ojos sobre él. El expresidente Andrés Pastrana, la exministra Marta Lucía Ramírez —hoy su fórmula vicepresidencial—, el exprocurador Alejandro Ordóñez, el partido MIRA, el voto cristiano, sectores de la U, los conservadores, varios liberales y hasta de Cambio Radical saltaron al carro ganador.
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“En segunda vuelta la diferencia a favor de Iván Duque será superior a la de hoy”, dice el senador del Centro Democrático Alfredo Rangel. Y la promesa, según el exvicepresidente Francisco Santos, será aumentar la votación en Bogotá. “Esta campaña realmente muestra una lucha ideológica importante. Está en juego qué modelo de país queremos”, dijo el candidato presidencial de 2014 del uribismo, Óscar Iván Zuluaga. Ahora, Duque se prepara para profundizar su mensaje en torno a la legalidad, el emprendimiento y la equidad, a hacer alianzas para hacerse al triunfo en el Ejecutivo y, como lo ha dicho, a mirar hacia el futuro, romper con la polarización en Colombia y demostrar que una persona de tan sólo 41 años también puede soñar con ocupar el cargo más importante de Colombia.