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"Impactante, doloroso y angustiante”, así describe Álvaro Rodríguez Gama, profesor de psiquiatría de la Universidad Nacional, la reacción que tuvo al conocer que uno de sus pacientes había muerto. “Lo conocí hace muchos años, lo atendí periódicamente pero en los últimos ocho meses no había vuelto. De pronto, me enteré que se arrojó por una ventana”. Rodríguez, socio honorario de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, evoca con especial cariño a este paciente, uno de los cuatro que ‘se le murieron’, de los cerca de 22 mil que ha atendido en 40 años de ejercicio profesional.
¿Cómo enfrentar la partida de un paciente con el que se ha generado un vínculo? La respuesta sólo se encuentra a lo largo de la formación profesional. “En la academia se dan muchas herramientas (incluso tratamiento psicoterapéutico) para manejar la gente, para entender la mente de las personas y para poder superar los propios problemas”, dice Rodríguez. Sin embargo, recuerda que no hace mucho la Organización Mundial de la Salud lanzó una alerta mundial sobre la salud mental del profesional sanitario. “Hay una creencia en los médicos: yo no me enfermo. Los que se enferman son mis pacientes”.
Los expertos insisten en que los psiquiatras deben enfrentar la muerte de un paciente, como lo hace el resto de los seres humanos: “piense en lo que pasó, sienta el sufrimiento de que se le ha muerto su paciente, converse con colegas para que le hagan ver si se cometieron errores y lograr que esa situación no se repita, no se recrimine de manera exagerada, olvídese de los sentimientos de culpa”. Así lo hizo Rodríguez.
“Había que hablar con la familia y ver que ninguno quedara con ideas similares, ni con sentimientos de culpa. Hice todo lo pertinente. Hay que vivir el duelo pero de manera adecuada. No se saca nada echando culpas. De lo que se trata es de realizar una autopsia psicológica: reconstruyamos la vida del personaje y evaluemos que lo llevó a ello. Eso ayuda a evitar que otros caigan en lo mismo, por ejemplo para tratar la depresión, que es la primera causa de suicidio en el país”.
Luis Hernán Santacruz Oleas, docente de psiquiatría de la Universidad Javeriana, señala que en sus 44 años de ejercicio de la psiquiatría “se han suicidado varios pacientes que atendí y se entiende que es una complicación esperada de quienes sufren depresiones graves. Hay que ser consciente de eso”.
La intensidad del duelo es directamente proporcional a la intensidad del vínculo previo. “La relación con el paciente es meramente profesional... Uno no ama a sus pacientes. Se les atiende, cuida, acompaña, pero no más”, precisa el psiquiatra de la Universidad Javeriana añadiendo que nunca –o casi nunca– en los médicos llega a ser un duelo patológico, donde es tanta la consternación que se es incapaz de trabajar.
“Si la muerte de un paciente me produce un efecto lesivo eso demostraría que no estoy siendo competente, porque mi obligación es mantener la relación médico–paciente”, explica. Si el duelo se convierte en una crisis, asegura que es indispensable la ayuda psicoterapéutica. Santacruz lidera varios grupos Balint en el Hospital San Ignacio para que, entre otras cosas, el profesional de la salud entienda que en su ejercicio ese desenlace, como en la vida, es inevitable.
Aunque no es usual que un psiquiatra tenga que enfrentar la muerte de un paciente, como sucede con los cardiólogos u oncólogos, el suicidio tiene un ingrediente dramático que hace que siempre sea impactante. “Al lado del suicidio está el ocultamiento. Hay numerosos suicidios en el país, intentos ni qué decir… sin embargo, por el tema social, familiar, religioso o por pena, dicen que fue un accidente el motivo de la muerte”, señala el profesor de la Universidad Nacional. Según estadísticas de Medicina Legal, aproximadamente seis suicidios se registran a diario en el país, pero los números podrían ser mayores.
Pero el problema es mayor, si se tiene en cuenta que no todos los sobrevivientes a un intento de suicidio son remitidos a atención psiquiátrica. “Es un gran problema. Los potenciales suicidas deben tener atención especializada, pero no hay esa cultura”, dice Rodríguez.
“Saber llevar las cosas no quiere decir que uno se desentienda o se vuelva indolente –advierte–. Sale un paciente y entra otro, si me quedo pensando en el anterior, no podré atender bien al que llegó. Cerrar la página sólo se entiende con la formación, la práctica y la experiencia”. Además se pregunta: “¿Cómo sería la vida de un psiquiatra forense –a donde llegan los peores criminales del país a contarle las atrocidades que no aparecen en los libros ni en los periódicos–, si no deja en el trabajo las cosas del trabajo? ¿Cómo sería si un médico ‘se muere’ con el paciente?”.
kmoreno@elespectador.com
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