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                                                                                                                                Mary y su derecho a ser infeliz

                                                                                                                                Dos jóvenes del barrio Manrique, en Medellín, nos abrieron las puertas de su casa para que los demás intenten comprender cómo viven con sus enfermedades, su amor y su soledad.

                                                                                                                                Carolina Gutiérrez Torres

                                                                                                                                José David Sánchez y su novia Mary Orozco, en su casa en el barrio Manrique de Medellín. / Luis Benavides
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Cuando se conocieron Mary estaba en el que ella llama el “tercer período de mi supuesta enfermedad”. El primero había sido en la niñez, el período de la agresividad con ella y con sus compañeros de clases: el de golpearse contra las paredes, arrancarse el pelo y comerse las uñas hasta sangrar; el de lastimar con las puntas afiladas de los lápices a los niños que no obedecían sus caprichos, el de amenazar a su compañero Byron con un bisturí porque no quería cantarle una canción de Willie Colón; el de la soledad, porque nadie quería ser amigo de la niña que se ponía histérica si le arrugaban los cuadernos, que no soportaba esos juegos de niñitos bobos que jugaban sus compañeros, que era dominante y mandona. “Odiaba a todo el mundo. Sentía una frustración, una ira, que se apoderaba y se sigue apoderando de mí de tal forma que pierdo el conocimiento. Cuando regreso, me duele la cabeza, mi cuerpo necesita descansar”.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                La segunda etapa de la enfermedad fue la depresión, la más profunda depresión que la postró en una cama y la llevó, por primera vez, a ser hospitalizada. “Me sentía diferente a los otros. Me engordé. Era fea”. En este período cumplió los 15 años; conoció a Alejandro, su primer novio; estuvo en los scouts y se cambió de casa, de Manrique (“el barrio en el que vivimos toda la vida como pobres, pero felices”) a Itagüí, donde la vida se hizo insoportable. Su mamá, sola, sostenía a una familia de cinco y la plata no volvió a alcanzar. Terminaron en la ruina y a Mary la vida se hizo más oscura. Sólo quería dormir —sólo quiere dormir— “para no pensar, para escapar”. En ese entonces ya estaba en la universidad, estudiando derecho, “una carrera que odio con toda mi alma, mi cuerpo, mi ser”, pero que se obligó a terminar como una especie de castigo. Lloraba días completos. “Si no me suicidé fue porque sabía que tenía que trabajar para que mi mamá no se muriera de hambre”.

                                                                                                                                Y el tercer período es el que está viviendo hoy. Aquí, en esta sala, con su mamá valiente y paciente a un costado, regañándola porque se está atreviendo a decir que “todos deberíamos tener el derecho a suicidarnos... para mí no habría nada mejor que no estar aquí, se me acabarían las deudas y se me quitaría el sueño”. Y José diciendo al otro lado de la sala: “Así como una persona tiene derecho a ser feliz, nosotros tenemos derecho a ser infelices, a vivir de esa manera”. Según Mary, su novio tiene un listado de por lo menos 800 formas de suicidarse “para el día en que se decida, ya saber cómo hacerlo”.

                                                                                                                                Mary trabaja en un call center. Un año atrás decidió dejar las medicinas porque “mi cuerpo no las soportaba más”. Seis meses después tuvo que ir a urgencias: llegó temblando y con un dolor de cabeza insoportable. José, en cambio, lleva un año sin tomar el tratamiento; renunció a él porque se cansó de seguirle el juego a este sistema de salud de largas filas, de negativas, de trámites interminables. Ahora la fórmula médica dice que Mary se debería tomar un coctel de once pastillas al día, pero sólo consume wellbutrin, que la mantiene estable, que le produce un zumbido en el oído que no cesa nunca.

                                                                                                                                Mary y José viven en una pequeña habitación y allí pasan la mayoría del tiempo solos. Solos, porque sienten que nadie más es capaz de comprender sus mentes. Solos con sus miedos y sus obsesiones, con sus insomnios y su amor.

                                                                                                                                * Mary Orozco le envió un e-mail a Piedad Bonnett luego de leer su libro, narrándole su propio drama. Intercambiaron varios correos y más tarde se conocieron en Medellín, en la Feria del Libro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                cgutierrez@elespectador.com 

                                                                                                                                Lea también sobre el especial de salud mental:

                                                                                                                                Esa otra mirada que también es suya

                                                                                                                                El duelo del psiquiatra

                                                                                                                                César, la esquizofrenia y yo

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Salam, testigo de dos mundos

                                                                                                                                Un psiquiatra descarriado

                                                                                                                                José David Sánchez y su novia Mary Orozco, en su casa en el barrio Manrique de Medellín. / Luis Benavides
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Cuando se conocieron Mary estaba en el que ella llama el “tercer período de mi supuesta enfermedad”. El primero había sido en la niñez, el período de la agresividad con ella y con sus compañeros de clases: el de golpearse contra las paredes, arrancarse el pelo y comerse las uñas hasta sangrar; el de lastimar con las puntas afiladas de los lápices a los niños que no obedecían sus caprichos, el de amenazar a su compañero Byron con un bisturí porque no quería cantarle una canción de Willie Colón; el de la soledad, porque nadie quería ser amigo de la niña que se ponía histérica si le arrugaban los cuadernos, que no soportaba esos juegos de niñitos bobos que jugaban sus compañeros, que era dominante y mandona. “Odiaba a todo el mundo. Sentía una frustración, una ira, que se apoderaba y se sigue apoderando de mí de tal forma que pierdo el conocimiento. Cuando regreso, me duele la cabeza, mi cuerpo necesita descansar”.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                La segunda etapa de la enfermedad fue la depresión, la más profunda depresión que la postró en una cama y la llevó, por primera vez, a ser hospitalizada. “Me sentía diferente a los otros. Me engordé. Era fea”. En este período cumplió los 15 años; conoció a Alejandro, su primer novio; estuvo en los scouts y se cambió de casa, de Manrique (“el barrio en el que vivimos toda la vida como pobres, pero felices”) a Itagüí, donde la vida se hizo insoportable. Su mamá, sola, sostenía a una familia de cinco y la plata no volvió a alcanzar. Terminaron en la ruina y a Mary la vida se hizo más oscura. Sólo quería dormir —sólo quiere dormir— “para no pensar, para escapar”. En ese entonces ya estaba en la universidad, estudiando derecho, “una carrera que odio con toda mi alma, mi cuerpo, mi ser”, pero que se obligó a terminar como una especie de castigo. Lloraba días completos. “Si no me suicidé fue porque sabía que tenía que trabajar para que mi mamá no se muriera de hambre”.

                                                                                                                                Y el tercer período es el que está viviendo hoy. Aquí, en esta sala, con su mamá valiente y paciente a un costado, regañándola porque se está atreviendo a decir que “todos deberíamos tener el derecho a suicidarnos... para mí no habría nada mejor que no estar aquí, se me acabarían las deudas y se me quitaría el sueño”. Y José diciendo al otro lado de la sala: “Así como una persona tiene derecho a ser feliz, nosotros tenemos derecho a ser infelices, a vivir de esa manera”. Según Mary, su novio tiene un listado de por lo menos 800 formas de suicidarse “para el día en que se decida, ya saber cómo hacerlo”.

                                                                                                                                Mary trabaja en un call center. Un año atrás decidió dejar las medicinas porque “mi cuerpo no las soportaba más”. Seis meses después tuvo que ir a urgencias: llegó temblando y con un dolor de cabeza insoportable. José, en cambio, lleva un año sin tomar el tratamiento; renunció a él porque se cansó de seguirle el juego a este sistema de salud de largas filas, de negativas, de trámites interminables. Ahora la fórmula médica dice que Mary se debería tomar un coctel de once pastillas al día, pero sólo consume wellbutrin, que la mantiene estable, que le produce un zumbido en el oído que no cesa nunca.

                                                                                                                                Mary y José viven en una pequeña habitación y allí pasan la mayoría del tiempo solos. Solos, porque sienten que nadie más es capaz de comprender sus mentes. Solos con sus miedos y sus obsesiones, con sus insomnios y su amor.

                                                                                                                                * Mary Orozco le envió un e-mail a Piedad Bonnett luego de leer su libro, narrándole su propio drama. Intercambiaron varios correos y más tarde se conocieron en Medellín, en la Feria del Libro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                cgutierrez@elespectador.com 

                                                                                                                                Lea también sobre el especial de salud mental:

                                                                                                                                Esa otra mirada que también es suya

                                                                                                                                El duelo del psiquiatra

                                                                                                                                César, la esquizofrenia y yo

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Un psiquiatra descarriado

                                                                                                                                Por Carolina Gutiérrez Torres

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