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A menos de medio año de las elecciones, la agenda de los candidatos está profundamente anudada en los acuerdos de paz y sus derivados, en particular la Jurisdicción Especial de Paz, así como en la lucha contra la corrupción, gracias a Odebrecht y al llamado cartel de la toga, que involucra a los escalones más altos de la administración de justicia.
Sin duda, son temas importantes y se entiende por qué acaparan buena parte de la discusión pública. Pero no son los únicos asuntos en un país como Colombia, claramente. La economía debería ser una de las prioridades de los candidatos, pero, lastimosamente, apenas un puñado de éstos ha presentado una perspectiva económica, unos con mayor rigor que otros. (Lea "Balance económico de 2017")
Y lo cierto es que el panorama económico puede asustar a algunos. El Gobierno espera terminar el año con una cifra de crecimiento de 1,8 %, cuando en enero pasado inauguraba 2017 proyectando un 2,5 % como mínimo.
No estamos en una recesión, pero las cifras indican que estamos lejos del dinamismo económico que disfrutamos en otra época, cuando crecíamos 4,5 % anualmente (promedio real entre 2009 y 2015, por ejemplo).
¿Qué pasó en el camino? Nuestra dependencia de las materias primas (las llamadas commodities) nos jugó una mala pasada con la caída de los precios del petróleo de los últimos años. Hay que advertir que este escenario no sólo le pegó a Colombia, sino a buena parte de la región. Y de fondo, lo que esto dice no es que tengamos mala suerte y pobrecitos nosotros, sino que ninguno parece tener un plan claro para cortar con los recursos minero-energéticos y los vaivenes de la economía mundial. (Lea "Las importaciones, un dato para ver con lupa")
Con el fin del boom de las materias primas hemos vivido una notable desaceleración económica, se dio un difícil episodio de inflación y las familias empiezan a sufrir con las carteras vencidas de sus créditos. Los últimos datos del DANE muestran un crecimiento del desempleo para noviembre, el cuarto mes consecutivo con incrementos en este indicador.
La primera necesidad de los candidatos es proponer cómo superaremos la dependencia de las materias primas, al menos con ideas a mediano plazo. Y este es un ejercicio que requiere imaginación y una cierta reingeniería del aparato productivo, pues se trata de comenzar a pensar en industrias verdes, turismo sostenible, desarrollo de software que impulse la economía digital, pero con claras metas de formalidad en términos de empleo. De nada nos sirve uberizar la economía para que tres o cuatro socios se llenen de dinero mientras la amplia mayoría de sus plataformas funciona con personas contratadas con escasas garantías legales, y que, claro, terminan por aportar poco a la economía. No se vale maquilar código, como sucede en la India.
Aquí también se trata de impulsar proyectos petroleros que subsidien industrias (y no al debe, o sea, después de superar episodios de corrupción y desfalco, como el de Reficar) e impulsar un modelo de agroindustria que sea consistente con lo que se acordó en La Habana.
La consistencia con los acuerdos de paz es clave, pues estos son la base para una repartición más equitativa de los recursos. Claro, queremos ser más productivos e incentivar la inversión extranjera y doméstica en el agro, entre otros sectores, pero nada de esto se sostiene en el tiempo si seguimos siendo uno de los campeones mundiales y regionales en desigualdad.
A pesar de haber tenido 10 años con tasas de crecimiento económico muy importantes, el país avanzó poco en la lucha contra la desigualdad: Colombia tiene un coeficiente Gini de 0,52, los niveles de ingreso más concentrados de América Latina y, según datos de WID para 2010, el 1 % de las personas más adineradas del país concentra el 20 % de la riqueza.
Bajo esta última perspectiva no resulta extraño pensar que cerca del 10 % del PIB global se encuentre en paraísos offshore. La evasión y la urgencia de ventajas fiscales son tendencias que se ven en todo el mundo. Y en buena parte de este escenario tienen mano las empresas y, de paso, los empresarios. Asumirlo de esta forma ayuda a gobernar en busca de generar empleo, riqueza y crecer en productividad, pero también entender que la igualdad es un asunto de todos.
Reforma tributaria es uno de los términos que suelen aparecer con frecuencia en los programas de campaña de los candidatos. Pero el problema es que este instrumento se ha entendido como un mecanismo para cuadrar la billetera del Estado y no necesariamente para meterle mano a la redistribución de la riqueza y así combatir la desigualdad. Hoy, hasta el Fondo Monetario Internacional ha mostrado la conveniencia de la progresividad en los impuestos: o sea, que los ciudadanos más adinerados paguen un poquito más. (Lea "Las movidas detrás del presupuesto, el caso del Fondo Nacional del Ahorro")
Finalmente, las políticas económicas de los candidatos deben ser de amplia discusión, no sólo ser explicadas al detalle en salones con los capitanes de la industria y los presidentes de los gremios.
La economía no es sólo un asunto para los técnicos y los científicos sociales. Es un deber de los candidatos plantear propuestas concretas en el lenguaje de la gente. Como dice Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas griego, este es un tema que hay que ver sin corbata y así traerlo al centro del debate electoral para intentar superar los debates de las últimas tres décadas de manejo económico nacional.
* Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.